Cada seis meses

Mía Lanza se sentó a mi lado en un autobús una mañana cualquiera y ocho años después, a saber cómo, me despertaba los lunes y los viernes lanzándome calcetines.

No me gusta tu cuarto.

—¿Ni siquiera la lámpara?

—No, bueno —dije—, la lámpara está bien. Pero solo eso.

Mía tenía la capacidad absurda de llenar dos folios y no contar nada en absoluto.

tiré mi estuche.

—Pero vaya estuche, ¿no? Que los estuches son…

—Con grapadora.

—¿Qué?

—La grapadora. Estaba dentro.

Suena muy cutre. La vida es muy cutre.

Los nombres que elegimos dicen mucho sobre quiénes somos, como el desayuno y los zapatos.

Javier nunca nadie le ha llamado Culo», pensé, pero esa era una experiencia tan propia, tan mía, ¿quién podría comprenderla?

así que a partir de ese momento ya nadie me llamaría Culo, ni Haneul, solo Hana.

¿tú eres La Culo? Vaya. Pues no tienes nada de culo.

Alguno, en vez de eso, me puso los culos en los pies.