Durante un rato, caminamos en silencio uno al lado del otro, e intenté mantener la respiración bajo control. Doblamos hacia un camino de gravilla que se extendía entre los árboles. El sol caía a través de las hojas otoñales y formaba círculos dorados en el suelo.
—Echaba de menos esto —dijo Henry súbitamente, y carraspeó—. Te he echado de menos.
Si en ese momento me hubiera alcanzado uno de los proyectiles de Mia, ni siquiera lo habría notado. Me quedé de pie en medio del camino. Henry se volvió hacia mí y me apartó un mechón de pelo de la cara.
—Sin ti, soñar ya no es divertido, en cierto modo —dijo, e, inclinándose, me besó suavemente en la boca.
Por unos segundos quedé sin aliento; después, noté que mis brazos, sin que yo interviniera, se levantaban y le rodeaban el cuello para atraerlo más hacia mí. Nos deseábamos intensamente. Henry puso una mano en mi cintura, la otra me envolvió la nuca y se hundió cariñosamente en mi pelo. Cerré los ojos. Justo así era como había que sentir los besos, de eso estaba segura. Empecé a notar un hormigueo por todo el cuerpo cuando de repente me soltó y se apartó un poco.
—Como decía, te echo de menos —dijo en voz baja y volvió a cogerme de la mano para seguir por el camino.