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José C. Valadés

Don Melchor Ocampo, reformador de México

La historia de México en el siglo XIX fue de turbulencia y regeneración. El joven país afrontó guerras civiles, invasiones militares, pérdidas territoriales y una interminable convulsión social. Fue también una época de patriotas y pensadores. Así lo entendió José C. Valadés, quien se propuso investigar a algunos de los principales personajes de nuestra historia decimonónica, con el fin de liberarlos de la imagen «satánica o apolínea» que se les asignó a partir de las versiones de los hechos usualmente aceptadas. Valadés enlaza los recursos estilísticos de una prosa ágil con la minuciosa investigación en archivos y hemerotecas para presentar la vida de Melchor Ocampo. El suyo es un ejemplo de heterodoxia, en cuanto buscó deslindarse de la visión predominante en su tiempo, heredera de la historiografía posterior a la Revolución mexicana, a la que también examinó con agudeza.
374 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2022
Año de publicación
2022
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Opiniones

  • Mauricio Coronelcompartió su opiniónhace 2 años

    Una biografía con tendencia, presenta por partida doble a un gigante de la Reforma y un monstruo de las libertades, la justicia y la forja de un país. Melchor Ocampo, el hombre de ciencias, incansable curioso, neorenacentista, orgulloso michoacano. A la par de Benito Juárez, en ciertos aspectos superior, dejó un legado de compromiso con la patria. Y esa misma patria, una mezquina y cobarde, le asesinó.

Citas

  • Mauricio Coronelcompartió una citahace 2 años
    puestos fuera de la ley, como vulgares criminales, estuvieron Márquez y Zuloaga; signo terrible de implacable guerra hízose la cabeza de Lindoro Cajiga,
    colocada en lo alto de una viga; héroe y mártir de la reforma proclamaron al señor Ocampo.
  • Mauricio Coronelcompartió una citahace 2 años
    El drama todo se desarrolló en unos segundos, sin cuadro ni voz de mando. Los hombres de Márquez dispararon a la cabeza y pecho del reformador, cuyo rostro quedó ennegrecido por la pólvora. Luego, poniéndole una cuerda bajo las axilas, izaron el cuerpo en un pirul. Después, los asesinos huyeron de Tepeji. Horas más tarde, manos bondadosas recogieron y lavaron el cadáver cubierto con el lodo hecho por la sangre.
  • Mauricio Coronelcompartió una citahace 2 años
    La certeza de que ha llegado la hora de la oscuridad no se adquiere con la luz del relámpago, sino con el encanto de la reflexión. La muerte causa angustia mientras es ejercicio del impulso; serenidad, si es función de la racionabilidad.

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