José Luís Peixoto

Nadie nos mira

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La prosa de José Luís Peixoto es envolvente, como el ambiente que recrea en el pueblo de su novela “Nadie nos mira”. Un paisaje agreste, de ánimos lúgubres por la decadencia del campo, es el telón de fondo para los personajes que habitan sus páginas: un gigante, el diablo, José, su mujer, su padre, una prostituta ciega… Algunos personajes nos dejan con el paso de las páginas; otros permanecen para atestiguar, junto al lector, que la vida en el pueblo es cíclica y carga en su historia la condena de repetirse. Entre aquellos que se quedan hay dos constantes: una misteriosa voz surgida de un baúl en medio de la hacienda y cuyas historias cuenta sin cesar, sin importar si la escuchan o no; y otra voz, desconocida, que se plasma con la pluma del escritor encerrado en una habitación sin ventanas —acaso representación del autor o de sus precursores.

Entre esos antecedentes literarios de José Luís entrevemos en su novela la vena de autores como William Faulkner o Juan Rulfo: porque Peixoto es un escritor que lleva, literalmente, a Faulkner tatuado en su brazo («Yoknapatawpha»), y al igual que los fantasmas de Rulfo, en “Nadie nos mira” encontramos la mirada de los desposeídos, que deben soportar la humillación del prójimo al mismo tiempo que han de sobrevivir. Aunque nadie sepa bien cómo o para qué.
Este libro no está disponible por el momento.
228 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2017
Año de publicación
2017
Editorial
Arlequín
Traductor
Bego Montorio
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Citas

  • Gilberto Julio Marquina Castillocompartió una citahace 4 años
    Cuando sonrío, me río de mí y me lloro.
  • Gilberto Julio Marquina Castillocompartió una citahace 4 años
    Fuiste mi certeza y te perdí.
  • Gilberto Julio Marquina Castillocompartió una citahace 4 años
    Muy vieja, tumbada, como si estuviera durmiendo, la perra recordaba la noche en que, treinta años antes, había visto a su dueño colgado de la encina torcida del cerro de la horca; y recordaba haber vuelto al pueblo y haber reunido a todos los perros en la plaza; recordaba haber esperado, pacientemente, haber esperado y, en el momento en que el bulto del gigante abandonó la venta de judas, recordaba haberlo seguido por calles oscuras, mal iluminadas por una noche estrellada. Allí, bajo la oscuridad de sus párpados, recordaba aquella noche de hace treinta años, recordaba su cuerpo y el cuerpo de los otros perros saltando sobre el gigante y derrumbándolo, recordaba el ruido envolvente de todos los perros gruñendo, recordaba la sensación de sus dientes al rasgar una oreja, sus dientes al arrancar un ojo, sus dientes al abrir un agujero en el cuello, al desgarrar una esquina de la boca. Recordaba el cuerpo del gigante completamente despedazado en el suelo, el sabor caliente de la sangre, recordaba el camino solitario hasta el Monte de los Olivos, y la noche; recordaba haber quedado tumbada a la puerta de la casa de José; recordaba haber oído llorar al niño de vez en cuando. Muy vieja, la perra esperaba a Salomón, como hacía treinta años había esperado al gigante.

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