de un río, de un estanque, de una carretera, volaba Cecy. Invisible como los vientos nuevos de primavera, fresca como el aliento del trébol alzándose de los campos en el crepúsculo, volaba. Se elevaba como una paloma, suave igual que el blanco armiño, se detenía en los árboles y vivía en las flores, bañándose con pétalos cuando soplaba la brisa. Se posaba como una rana verde lima, fría como la menta, junto a un charco brillante. Trotaba como un perro peludo y ladraba al oír ecos desde los lejanos graneros. Vivía en la nueva hierba de abril, en los dulces líquidos claros que manaban de la tierra con olor a almizcle.
«Es primavera –pensó Cecy–. Esta noche estaré en todas las cosas vivas del mundo.»
Ora habitaba limpio