resulta literalmente una lata de conserva. El conferenciante debe preparar, y mucho, su conferencia, y debe saber de qué va a hablar, pero no exactamente lo que va a decir, porque la forma debe surgir del diálogo silencioso con el público. Si se lee un texto se está cautivo de él, y sobre todo no se mira a los oyentes y es improbable que pase la corriente, que se establezca una comunicación vivaz.
Se está perdiendo la costumbre de hablar. Hasta para las intervenciones brevísimas, acaso una simple presentación, se saca del bolsillo un papel. En el caso de las conferencias, no se advierte que la forma oral es, debe ser, bien distinta de la escrita, porque cada una tiene una estructura propia.”