Un esquema así, que partía de un mando supremo único y se extendía desde la cúspide hacia la burocracia del partido, el aparato del Estado, el Ejército, las fuerzas de policía y de seguridad y las organizaciones de masas, empalmó con las necesidades de la guerra de agresión, que demandaba estructuras obedientes. Y si ese esquema se fortaleció con la guerra, se deshizo con el fin de la guerra.