Supongamos que estoy escribiendo una novela. Primero: ¿cuántos puntos de vista tendrá esa novela? Supongamos que mi novela tendrá un punto de vista, y que los ojos a través de los cuales vemos el mundo que se expone en la novela serán los de una mujer. De eso se deriva de inmediato que la percepción de todos los personajes masculinos del libro deberá pasar por el filtro de percepción de ese personaje central. No tiene por qué ser necesariamente acertada o justa. Se deriva también que el resto de los personajes serán, necesariamente, secundarios. Si soy lo bastante hábil, seré capaz de proyectar otro tipo de percepciones aparte de las de la protagonista, de manera indirecta a través del diálogo o entre líneas, pero claramente tenderán a mostrar a A como portavoz de la verdad, y nunca conseguiremos saber qué piensan en realidad los personajes B y C cuando estén solos, orinando en la calle o haciendo otras actividades masculinas. Sin embargo, la situación cambia si me sitúo en un punto de vista múltiple. Así puedo hacer que los personajes B y C piensen por sí mismos, y lo que piensen nunca será lo que el personaje A piense de ellos. Si lo deseo, puedo añadir aún otro punto de vista, el del narrador omnisciente (que por supuesto no soy «yo», el mismo «yo» que ha desayunado bollos de salvado esta mañana y que ahora está dando esta conferencia), sino otra voz dentro de la novela. El autor omnisciente puede sostener que sabe cosas de los personajes que ni siquiera ellos saben, y de ese modo hacérselas saber también al lector.