Demian / La leyenda del rey indio

yo sé muy bien que no existe nada tan agobiante para el hombre como tomar el camino que le conduce a sí mismo.

Sólo anhelaba vivir
lo que brotaba desde lo más
profundo de mí mismo.
¿Por qué
me resultaba tan difícil?

Pero el rey, cuyos sentidos se habían fundidos en la unidad y vueltos hacia lo interior, seguía contemplando la verdad misma, indivisible, en forma de luz pura, que infundía en su interior una certidumbre dulcísima, tal como cuando un rayo de sol atraviesa una piedra preciosa y la convierte en luz y sol, con lo que la criatura y el creador se hacen uno.
Cuando volvió en sí y miró a su alrededor, sus ojos reían y su frente brillaba como un lucero. Despojándose luego de sus ropas, abandonó el templo, salió de la ciudad y del reino, y se adentró desnudo en la selva, donde desapareció para siempre.

La curación me dolió mucho, y desde ese día todo me ha dolido mucho. Sin embargo, en los momentos en que consigo hundirme en mi interior y contemplar en el negro espejo donde reposan las imágenes de mi destino, sólo tengo que inclinarme sobre su luna oscura para ver mi propia imagen, por fin idéntica a él, mi amigo y mi guía.

A menudo yo me había preguntado por qué eran tan pocos los hombres capaces de vivir por sus ideales, y de pronto descubría que eran demasiados, en cambio, los dispuestos a morir por un ideal. Eso sí, siempre y cuando se tratara de un ideal masivo, heredado a través de generaciones, de la tradición y de la historia, y no de uno individual, independientemente elegido.

Muy por debajo del conflicto bélico, en una dimensión considerablemente más profunda, estaba germinando el hombre nuevo. Un pájaro gigantesco batallaba por romper el cascarón. El cascarón era el mundo, y el mundo tenía que desmoronarse, hacerse añicos, estallar.

No se sueña nada que no esté relacionado con uno. Pero este sueño no se refiere únicamente a mí. Puedo diferenciar perfectamente los sueños que me indican oscilaciones de mi propio mundo interior, de los otros, los extraordinarios, que muestran el acaecer de la humanidad. En algunas ocasiones he tenido esta clase de sueños, y, aunque ninguno ha sido exactamente una revelación que se haya cumplido hasta aquí, éste es continuación de esos otros, en los que se basan los vaticinios de que hemos hablado. Hace años que estoy soñando cosas que me pronostican que el fin del mundo viejo se aproxima, y a pesar de que la interpretación es todavía confusa, cada vez se va clarificando más. Sé que se viene encima algo inaudito; algo que, en parte, me concierne directamente. Pero viviremos lo que hemos conversado tanto, Sinclair. Hay olor a muerte. ¡Es mucho más tremendo de lo que me imaginaba!

Es impredecible lo que se acerca. El alma de Europa es como una fiera encadenada, y sus primeros impulsos, cuando recobre la libertad, no serán tranquilizadores. Sin embargo, nada importa si por fin van a asomarse a la luz las auténticas necesidades de esa alma aprisionada y negada por demasiado tiempo. Y entonces llegará el día en que recurrirán a nosotros; no como legisladores ni guías, sino como individuos dispuestos a ir donde lo pida el destino.

Nacer es siempre muy difícil. El pájaro debe esforzarse mucho para romper el cascarón. ¿Pero fue realmente tan difícil el camino? ¿No fue igualmente muy hermoso y pleno? ¿Cree que podría haber hallado otro más fácil y tan hermoso?

“El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. El que quiere nacer tiene que romper un mundo. El pájaro vuela hacia Dios. El Dios se llama Abraxas”.