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Jean Echenoz

Correr

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En los Juegos Interaliados de Berlín, en 1946, al ver de­trás del cartel de Checoslovaquia a un solo atleta desma­ñado, todo el mundo se ríe. Pero después, cuando en los cinco mil metros acelera sin parar y cruza la meta en so­litario, los espectadores estallan en un clamor. El nom­bre de ese chico que siempre sonríe: Emil Zátopek. En pocos años y dos Olimpiadas, Emil se convierte en inven­cible. Nadie puede pararlo: ni siquiera el régimen che­coslovaco, que le espía, limita sus traslados y distorsiona sus declaraciones. Emil corre contra su decadencia, y sonríe. Incluso en las minas de uranio adonde lo destie­rran porque ha apoyado a Dubcek. Ni siquiera Moscú puede pararlo. La nueva novela de Echenoz atraviesa cuarenta años de un destino excepcional y sin embargo misteriosamente parecido al nuestro. Y nos regala una escritura encrespada de esa impagable ironía que para Echenoz es sólo un pudoroso afecto.
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100 páginas impresas
Publicación original
2010
Año de publicación
2010

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Opiniones

  • b2308841469compartió su opiniónhace 5 años

    Una pequeña maravilla. Tanto por Echenoz como por Zatopek. Para quien ame la buena literatura y ame correr será un placer por partida doble.

  • Alma Torrescompartió su opiniónhace 3 años
    👎Olvídalo
    💤Aburrrriiiido

  • Miguelcompartió su opiniónhace 3 años
    👍Me gustó

Citas

  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 3 años
    Mientras corre parece un boxeador luchando contra su sombra, por lo que todo su cuerpo se asemeja a un mecanismo descompuesto, dislocado, doloroso, salvo la armonía de sus piernas, que muerden y mastican la pista con voracidad. En suma, no hace nada como los demás, que a veces piensan que actúa atolondradamente.
  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 3 años
    Emil parece que se encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se distorsionan, como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua fuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte. Está como ausente cuando corre, tremendamente ausente, tan concentrado que ni parece estar cuando está ahí más que nadie, y su cabeza, encogida entre los hombros, sobre el cuello siempre inclinado hacia el mismo lado, se balancea sin cesar, se bambolea y oscila de derecha a izquierda.
  • Miguel Ángel Vidaurrecompartió una citahace 3 años
    inmenso Viljo Heino, a quien llaman el prestigioso corredor de los bosques profundos, campeón de Finlandia y plusmarquista mundial, el hombre silencioso y relajado que revolucionó el arte de la carrera rechazando las florituras de estilo para buscar sistemáticamente el menor esfuerzo.

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