carga de esa energía de una fuente más elevada. Para mí, esa capacidad casi se había vuelto hábito. La Sexta, con la idea de que podemos esclarecer nuestros viejos y reiterados dramas y encontrar nuestro verdadero yo, también estaba esbozada en mi mente. Y la Séptima había puesto en movimiento la evolución de esos verdaderos "yo": a través de la interrogación, la intuición respecto de qué hacer, y la respuesta. Mantenerse en ese flujo mágico era en verdad el secreto de la felicidad. Y la Octava, sabiendo cómo relacionarse de otra manera con los demás, brindándoles lo mejor, era la clave para mantener vigente el misterio y para que las respuestas siguieran apareciendo. Todas las revelaciones se integraban en una conciencia que significaba un sentido realzado de la lucidez y la expectación.