Por eso, aunque se tratara de un teléfono, y aunque ese teléfono estuviese colgado y mudo, me daba la impresión, por el solo hecho de estar ese aparato ahí, de que alguien podía observarme. Me daba la impresión, y poco importa que la idea no tuviese sentido, de que alguien podía haberme visto corregir la frase del cuaderno, agregarle a la ese el trazo que le faltaba para convertirse en una zeta, que era como tenía que ser.