Martin Kohan

Dos veces junio

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En esta novela, la realidad de una época encuentra la voz y las voces —e incluso los rumores, la resonancia y los ecos— capaces de recrearla sin autocompasión, regodeo ni misericordia. Menuda tarea, porque se trata de una época —los años de la ultima dictadura militar en la Argentina— para la que se suele adoptar un tratamiento de reclamo y de lamento ampliamente justificado, pero que se ha vuelto, acaso debido al abuso, inofensivo y convencional. Martín Kohan desobedece todas las reglas para contar lo que quiere contar. Un médico, un conscripto, un cuaderno con faltas de ortografía: en lo que parece un conjuro, el autor reúne nuevas evidencias de horror y las distribuye o las disimula dentro de una trama, con diferentes niveles, que actúa a la vez como coartada dramática y como sutil sistema de alarmas. Logra así poner en escena una verdadera pesadilla. En junio de 1978, mientras la euforia del Mundial de fútbol parecía ofrecer un escenario de compañerismo y de dicha, el ocultamiento, la defección y el eufemismo, instrumentos comunes de opresores y oprimidos, claves de supervivencia o de muerte, encuentran en “Dos veces junio” la atmósfera perfecta. En este libro extraordinario, Martín Kohan explora una versión clandestina de los hechos que convierte a la ficción en el mejor idioma —tal vez el único— para decir la verdad.
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119 páginas impresas
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Citas

  • biancabiagionicompartió una citahace 7 meses
    hay que entender que en una máquina cada engranaje funciona en relación

    con otros engranajes, y que en esa máquina, al igual que en cualquier motor, hay piezas más importantes y piezas menos importantes.
  • biancabiagionicompartió una citahace 7 meses
    eran más cortos y los resultados se obtenían
  • oricompartió una citael año pasado
    Por eso, aunque se tratara de un teléfono, y aunque ese teléfono estuviese colgado y mudo, me daba la impresión, por el solo hecho de estar ese aparato ahí, de que alguien podía observarme. Me daba la impresión, y poco importa que la idea no tuviese sentido, de que alguien podía haberme visto corregir la frase del cuaderno, agregarle a la ese el trazo que le faltaba para convertirse en una zeta, que era como tenía que ser.
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