Amy Tintera

Venganza

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  • Solcompartió una citael año pasado
    —Y hay otras cosas de las que tendría que hablarte —dijo Em en voz baja.
    Él puso la otra mano en su cuello para acercar su rostro.
    —Sea lo que sea, no importa ahora.
    Ella presionó los labios sobre los de él, al principio con suavidad. Él acarició su cintura en círculos y abrió las piernas para acercarla a él. Deslizó los dedos por debajo de la blusa de Em para explorar su espalda desnuda; a ella ya no le importó tener algo que decirle porque había olvidado cómo hablar.
    Subió al regazo de Cas dejando que sus rodillas descansaran a los costados de él. Por unos momentos separó sus labios de los suyos y se inclinó para atraparlos de nuevo.
    Ya lo había besado antes. Lo había besado incluso en esa cama. Pero ahora era diferente. Ahora su cuerpo estaba en llamas y su cerebro se había convertido en papilla. Nada más existía, sólo él y la calidez de su aliento sobre su boca.
    Em encontró la parte inferior de la camisa y la jaló hasta que él levantó los brazos. Ella se la quitó.
    Sus miradas se encontraron brevemente hasta que él volvió a besarla. Em recordaría por siempre cómo se veía Cas en ese momento: los ojos centelleantes, la barbilla elevada para poderla besar.
    Cas dio una suave mordida al labio inferior de Em y ella prácticamente descansó sobre sus brazos. Los dedos de él encontraron los botones de la blusa y lentamente los fue desabrochando. Mientras se la quitaba, rozó sus hombros desnudos. Em no llevaba nada debajo. Los labios de ella se curvaron hacia arriba; él respiró hondo.
    Ella le pasó los dedos por el cabello y los enroscó en sus suaves mechones. Las manos de Cas tocaban la piel desnuda de Em; ella decidió que nunca volvería a vestirse. Había pasado demasiado tiempo al lado de Cas con la ropa puesta.
    Él la tomó de la cintura y la apoyó contra el colchón. Ella envolvió sus piernas en las caderas de Cas mientras le rozaba la musculosa espalda con los dedos.
    Los labios de Cas ya no estaban junto a los de Em, ahora estaban en su cuello; luego fueron descendiendo hasta que todo el cuerpo de Em estalló en electricidad.
    Cas buscó a tientas los botones de los pantalones de Em; ella, riendo, vio cómo trataba de desabrocharlos sentado en sus piernas.
    —¿Quieres algo de ayuda con eso? —le preguntó acercando la mano.
    Él la hizo a un lado y desabrochó el botón superior.
    —No. No tienes idea de cuántas veces he pensado en quitarte los pantalones. Déjame hacerlo yo solo —y liberó el segundo botón.
    —¿Cuántas veces? —preguntó ella.
    Cas soltó el último botón y tomó los pantalones por la cintura.
    —Algunas —se los terminó de quitar y los arrojó a un lado de la cama—. Pero más veces reviví la noche en que te desabotoné el vestido.
    —Ah, ¿sí?
    Él puso las manos sobre el colchón, a ambos lados de la cabeza de Em. Se quedó viéndola aunque el cabello tapaba sus ojos. Ahora no llevaba más que un trozo de tela y todo su cuerpo se iluminó cuando Cas se acomodó entre sus piernas.
    —Fueron tantas —susurró inclinándose a besarla.
  • Solcompartió una citael año pasado
    —Aren.
    Él se volvió hacia ella otra vez, con los ojos entrecerrados por el sol.
    —¿Me apoyas en esto? ¿En permitir que se queden?
    —Vigilé toda la noche, ¿o no?
    —No me refería a eso. Yo sé que harás lo que te pida. Lo que quiero saber es si crees que es una decisión estúpida. Si me respaldarás ante los ruinos.
    —Por supuesto que te respaldaré ante los ruinos —dijo—. No creo que sea una decisión estúpida: creo que el razonamiento detrás de ella lo es.
    Ella lo miró con curiosidad.
    —Estás dejando que Cas descanse aquí porque lo quieres. Porque estás tratando de aferrarte a una relación que no tiene futuro. Tarde o temprano tendrás que dejarlo ir, Em.
    Tenía razón, pero ella no podía evitar sentir un gran alivio al ver de nuevo a Cas. Como si esos pocos días que tendría con él fueran quizás un regalo.
    —Pero si fuera yo, también los mantendría aquí —continuó Aren—. Ahí adentro tienes al rey de Lera y a la regente de la mayor provincia. Claro que yo no los dejaría ir —se frotó la frente con los dedos—. Estoy agotado. Voy a buscar donde dormir.
    —Gracias, Aren.
    —Plantéalo así, ¿de acuerdo? Como hice yo. No expongas tus sentimientos.
    —No lo haré.
    —Y trataré de que te deshagas de esos sentimientos, Em. Puede ser que tú lo quieras, pero él es nada comparado contigo. Tú eres nuestra reina y nuestra salvadora. Serás la mejor gobernante que los ruinos hayan tenido jamás. Él no es más que un niño.
    Las palabras de Aren retumbaron en todo su cuerpo. Las pronunció tranquila y amablemente, pero igual la desconcertaron. No se le ocurría una respuesta.
    Aren no esperó a que la hubiera. Giró sobre sus talones y se marchó.
    No necesitaba que ella le dijera que tenía razón.
  • Solcompartió una citael año pasado
    —Ten —dijo una voz, y una taza apareció frente a él—. Bebe.
    Cejijunto, miró la taza con sospecha.
    —Sólo es agua.
    La voz sonaba como la de Em. ¿Otra vez estaba soñando? La voz entraba y salía flotando de sus sueños, sin parar. Era tan vívida que habría jurado que Em estaba a su lado.
    Tomó la taza con mano temblorosa y dio unos sorbos de agua. Alguien se llevó la taza cuando terminó. Se volteó inclinando la cabeza hacia arriba para ver de quién era el cuerpo en el que estaba acurrucado.
    Em.
    Se echó hacia atrás, pestañeando. Definitivamente seguía soñando… o había muerto. ¿Era esto lo que le aguardaba después de la muerte? ¿Despertar en los brazos de Em?
    Ella sonrió.
    —Hola.
    —¿Qué estás…? —su voz sonó extraña.
    —Galo y tus amigos te encaminaban a través de Vallos para alejarte de Jovita cuando se toparon conmigo por casualidad.
    —¿Qué estás haciendo en Vallos? —seguía casi seguro de que todo era una alucinación.
    —Contraatacando. Es una larga historia.
    Empezó a sentir un fuerte mareo y hundió la cabeza en el pecho de Em.
    —¿Estoy muriendo? —preguntó con dificultad.
    Ella pasó los dedos por su cabello.
    —Definitivamente no. Te di algo para ayudar a neutralizar el veneno. Fue un día duro, pero ya estás mejor.
    —¿Cuánto tiempo he estado aquí?
    —Desde esta mañana. El sol acaba de ocultarse.
    —¿Están bien Galo y Mateo? ¿Y Violet?
    —Están bien —Em tenía un brazo rodeándole la cintura; él encontró su mano, enlazó sus dedos y la acercó más hacia él.
    —No puedo creer que estés aquí —balbuceó—. Estás aquí y estoy demasiado enfermo para disfrutarlo. Huelo horrible.
    A Em se le agitó el pecho de la risa.
    —Hueles muy bien.
    —No es cierto.
    —No, no es cierto —dijo rozándole la frente con los labios—, pero no importa. Y yo misma no huelo muy bien que digamos: llevo varios días viajando. Así que estamos a mano.
    —Qué considerada —dijo Cas. Su cuerpo quería regresarlo al sueño pero se obligó a mantener los ojos abiertos. Todavía no quería dejar a Em—. Jovita me envenenó.
    —Eso escuché —dijo Em con voz glacial.
    —Mi prima trató de matarme. Convenció a todos de que yo estaba demente y prácticamente me arrebató el trono. Ahora que no estoy, probablemente ya lo habrá asumido de manera oficial.
    —Pagará por eso.
    —¿Qué clase de rey permite que su prima le robe el trono en sus narices?
    —La clase de rey que jamás soñaría con hacerle algo así a su prima.
    —Uno débil.
    —Su reinado será corto —dijo Em.
    Los párpados se volvieron a cerrar. Intentó abrirlos, pero lo consiguió sólo parcialmente.
    —Duerme —dijo Em a su oído—. Necesitas descansar. Seguiré aquí cuando despiertes.
  • Solcompartió una citael año pasado
    Cuidadosamente pasó sobre un tronco, sin que sus botas hicieran ruido al pisar el suelo.
    —Creo que si la sacamos de este lado… —dijo otro guardia, un joven con cabello oscuro rizado que apareció detrás del carro y al ver a Em se paralizó.
    —Galo —susurró poniéndole la mano a su compañero en el hombro.
    El guardia que estaba agachado se levantó de un brinco con la espada desenvainada. Em dio un grito ahogado. Era el mejor amigo de Cas.
    —¿Emelina? —dijo Galo sin dar crédito a lo que veía.
    —¿Los conoces? —preguntó August.
    Ella asintió con la cabeza mientras registraba la zona detrás del carro. ¿Estaría Cas cerca?
    —¿Qué hacen aquí? —preguntó Galo—. ¿Esa conmoción eran ustedes?
    Al carro a sus espaldas le habían arrancado varios trozos de madera para dejar pasar el aire y Em detectó movimiento. Avanzó unos pasos apuntando su espada a él.
    —¿Qué hay adentro? —no esperó a que le respondieran. Avanzó dando zancadas y abrió bruscamente las puertas.
    Había una espada apuntándole directamente al pecho.
    Em dio un pequeño paso hacia atrás mientras contemplaba a la joven que se encontraba frente a ella. La espada tembló y sus ojos oscuros brillaban como si estuviera a punto de llorar. No era la mujer más intimidante que Em hubiera conocido.
    —¿Emelina? —preguntó con voz temblorosa—. ¿Emelina Flores?
    —Está bien, Violet —dijo Galo detrás de Em—, no le hará daño.
    Violet, confundida, arrugó la frente, pero lentamente bajó el arma.
    Em sintió que el corazón se le subía a la garganta y se instalaba en ese lugar. No le hará daño, había dicho Galo. ¿A quién se refería?
    Violet se hizo a un lado y Em soltó un grito ahogado. Cas.
    Estaba hecho un ovillo en el suelo del coche con la cabeza recargada en un fardo de cobijas. Tenía el rostro pálido y temblaba.
    —¿Qué le pasa? —preguntó Em; entró al carro de un brinco y se arrodilló junto a Cas. Tomó su mano. Estaba hirviendo.
    —Lo envenenaron —dijo Galo—. Creemos que fue Jovita.
    Em reprimió el impulso de gritar de frustración. Debió ha ber matado a esa chica cuando tuvo la oportunidad. Debió dejar que Olivia le arrancara los miembros.
    —Creemos que le dio algunas dosis antes de que nos diéramos cuenta —continuó Galo—. Lo sacamos de ahí en cuanto pudimos.
    —¿Qué clase de veneno? —preguntó.
    —Rosamuerta. O al menos eso dijo el guardia que interrogamos.
    —Eso tendría sentido —dijo ella presionando la mano contra la frente de Cas—. ¿Pierde la conciencia, luego la recupera y así sucesivamente?
    —Sí —dijo Galo.
  • Solcompartió una citael año pasado
    Una serie de gritos rasgaron el aire mientras los ruinos se lanzaban a la carga por el camino de tierra. Em espoleó a su caballo y August de pronto ya estaba a su lado.
    Torció en una esquina y el centro apareció ante su vista. Había construcciones de dos y tres pisos desperdigadas a ambos lados del camino. Había sólo quince o veinte en total, con algunas casas en los alrededores. La avenida principal, de color marrón, estaba llena de polvo, pero alrededor todo era hierba verde exuberante y zonas cercadas que probablemente formaban jardines comunitarios.
    Los vecinos comenzaron a salir gritando de sus casas y comercios hacia el camino principal. Algunos avistaron a los ruinos y de inmediato se giraron para salir corriendo en dirección opuesta. Olivia los vio huir. Volteó hacia Em arqueando una ceja, como diciendo ¿estás contenta? Em asintió en señal de aprobación.
    —¡Todo mundo fuera! —gritó Olivia mientras desmontaba. Con un giro de la mano decapitó a un hombre que se acercaba a ella a toda velocidad.
    —Corran, o morirán. Ustedes eligen —dijo señalando hacia arriba en dirección a algunas personas que miraban desde las ventanas—. Si se esconden, también morirán.
    Los rostros inmediatamente desaparecieron. Un momento después la gente salió corriendo del edificio.
    Dos mujeres avanzaron hacia el norte se encontraron con un muro de guerreros. Iria sacudió la cabeza y apuntó en la otra dirección.
    —¡Todo mundo al sur! —gritó Olivia—. Hay dos caminos para salir del pueblo. Tomen el del sur o morirán.
  • Solcompartió una citael año pasado
    —Em —dijo August, sacándola de sus meditaciones. No había dicho gran cosa en el camino y se preguntó si le habría molestado que ella se negara a esperar a los guerreros de refuerzo—. Lamento que otra vez hayas tenido que dejar tu tierra.
    Ella frunció el ceño, confundida.
    —¿Qué?
    —Acabas de volver a casa y tuviste que partir de nuevo a causa de todo esto —con un amplio gesto de la mano señaló a los ruinos y guerreros que avanzaban a su zaga—. Lo lamento. Sé que estabas contenta de haber regresado.
    —Ah. Eh… gracias.
    August soltó una risa avergonzada.
    —No salió bien, ¿cierto? He estado pensado maneras de entablar conversación contigo.
    —Supongo que podría haber salido peor.
    Él sonrió, mostrando una dentadura blanca y recta.
    —Gracias. Eso me hace sentir mucho mejor.
    Los labios de Em se contrajeron pero se resistió a sonreír. Aún no decidía si le alegraba la oportunidad de fraternizar con Olso de manera permanente o si le contrariaba la posibilidad de casarse con este hombre.
    —¿Puedo decir algo más? —preguntó él.
    —¿Y por qué no?
    —Me da gusto que seas tú una de las reinas —lo dijo en voz baja, para que sólo Em lo escuchara—. Cuando me enviaron pensaba que Olivia había vuelto a ocupar el trono. Y no lo digo como insulto a Olivia. Simplemente me alegra que también tú estés aquí.
    —¿Por qué? ¿Porque yo no tengo poderes y no tienes que preocuparte de que te arranque la cabeza mientras duermes?
    August estalló en risa.
    —No me refería a eso.
    —¡No!, para nada…
    —¡En verdad! ¡Estaba siendo amable! Estábamos teniendo un momento especial.
    —No estábamos teniendo un momento especial.
    Él suspiró de manera exagerada.
    —Está bien. Entonces yo estaba teniendo un momento especial. Estaba tratando de decir que me agradas, me intrigas, te respeto. Nada tiene que ver con los poderes.
    —¿Podrías dejarlo? Ya te dije que pensaré en el matrimonio.
    August levantó una mano en señal de rendición.
    —A ver si vuelvo a decirte cuánto me agradas.
    —Oh, qué pérdida más triste —dijo ella secamente. Lo miró con suspicacia.
    —Apenas si me conoces.
    —Me gusta lo que he visto hasta ahora.
    —En lo que estás pensando es en una alianza matrimonial que te convertirá en algo más que el menos importante de los herederos, como tan delicadamente dice mi hermana.
    Él se encogió de hombros.
    —Por supuesto. Eso no significa que no puedas agradarme.
  • Solcompartió una citael año pasado
    —Es buena idea —decía Ivanna a Em—. No podemos quedarnos aquí sentados esperando a ser atacados. Si los guerreros marchan con nosotros, no deberíamos tener problema en invadir algún pueblo de Vallos no muy grande.
    —No necesitamos a los guerreros —gritó Olivia.
    —Sí los necesitamos —dijo Ivanna—. Emelina tiene razón. Ella mató a la princesa de Vallos; su gente bien puede querer amotinarse después de que invadamos. Y es acertado que esté contemplando una alianza matrimonial con August. Nosotros…
    —Perdón, ¿qué? —preguntó Aren.
    —Les estaba contando de una conversación que acabo de tener con August —dijo Em—. Lo enviaron aquí para casarse con la reina ruina. Podría ser una jugada beneficiosa para nosotros.
    Aren hizo una mueca y Em se encogió de hombros, como si se hubiera resignado a la idea. Primero el príncipe de Lera, ahora el príncipe de Olso. Aren no envidiaba a los pretendientes de Em.
    —No lo estamos considerando en verdad —dijo Olivia—. Los ruinos no se emparejan con humanos.
    —Ahora las cosas son diferentes. No podemos seguir aislándonos —dijo Davi.
    —¿Y qué sacaremos de emparejarnos con ellos? ¿Más de esto? —Olivia hizo un amplio gesto con el brazo en dirección a los soldados de Lera.
    —Los guerreros nos ayudaron, Liv —dijo Em en voz baja.
    Olivia le dirigió una mirada furiosa.
    —Esta vez.
    Nadie respondió a eso. Olivia se dio la media vuelta.
    —Luego no lloriqueen cuando traten de asesinarnos mientras dormimos —refunfuñó al partir.
    —La convenceré —dijo Em en cuanto Olivia ya no podía escucharla.
    —¿Podemos confiar en que te hagas cargo de esto? —preguntó Ivanna.
    Em movió la cabeza en gesto afirmativo.
    —Desde luego. Preparen a los ruinos, partiremos mañana a primera hora. Me aseguraré de que los guerreros estén con nosotros. Estoy segura de que para eso tendré que dar esperanzas al príncipe August.
    —¿Y eso no te perturba? —preguntó Mariana.
    Em dudó por medio segundo, tan brevemente que nadie más que Aren se daría cuenta.
    —No.
    —Bien —aprobó Ivanna—. Entonces ve adelante; nosotros te seguimos.
  • Solcompartió una citael año pasado
    —¿Por qué están aquí? —preguntó.
    El hombre apretó los labios y, nervioso, miró a Olivia.
    —Si dices por qué están aquí, te soltaré. Podrás volver y contar lo que pasó con tus amigos. Si no hablas, dejaré que Olivia te desprenda todas las extremidades.
    —Lentamente —dijo Olivia con una sonrisa burlona—. Preferiría que no hablaras, si te soy sincera.
    —Nos… nos dieron órdenes de atacar el campamento ruino —dijo el soldado.
    —¿Quién?
    —Jovita.
    —¿Por qué Jovita está dando órdenes? ¿Le pasó algo al rey Casimir? —preguntó Em.
    El soldado miró a Em con firmeza, como si desesperadamente estuviera tratando de evitar la mirada salvaje de Olivia.
    —Perdió el juicio tras la muerte de sus padres, luego de lo que usted le hizo. Jovita tomó su lugar.
    Em se tambaleó. Cas no podía haber enloquecido; no el muchacho que había tenido el aplomo para escapar ileso del castillo de Lera, no el joven que había conseguido escapar del carro de los guerreros y dirigirse a la selva él solo. No podía creer que Cas se hubiera desmoronado después de sobrevivir a todo aquello.
    —¿Y quién te dijo eso? ¿Jovita?
    —Y los consejeros —el soldado de pronto sonó a la defensiva.
    —¿Y dónde está ahora tu supuestamente loco rey?
    —Jovita lo encerró para protegerlo.
    Em se llevó las manos a la frente. Con Jovita a la cabeza, los ruinos ya no estaban a salvo. El pacto que había hecho con Cas no sería respetado.
    Volteó a ver los cadáveres tirados detrás de ella.
    —¿Ella está ahí? ¿Vino Jovita con ustedes?
    —Nos ayudó a entrar a Ruina, pero luego regresó. Ahora debe estar en Lera.
    —Qué valiente —dijo Olivia con sequedad.
    —¿Cas está en la fortaleza? —preguntó Em.
    El soldado se pasó la lengua por los labios, vacilante.
    —Probablemente necesites las dos piernas para correr, ¿cierto? —dijo Olivia señalándolas—. Entonces no te gustaría si te arrancara una ahora mismo…
    —Sí —dijo enseguida el soldado—, está en la fortaleza.
    —Bien.
    Em le hizo una señal a su hermana y Olivia se acercó. Em se inclinó para susurrarle al oído:
    —Mátalo. Rápido.
    Olivia giró rápidamente y trazó un círculo en el aire con el dedo. El cuello del soldado se quebró y su cuerpo cayó pesado en el suelo. Iria se sobresaltó.
    Olivia miró a Em con expresión aprobatoria.
    —Pensaba que ibas a dejarlo ir.
    —Eso iba a hacer, pero no podía permitir que Jovita averiguara cuánto nos dijeron. Imaginaría nuestro siguiente paso.
    —¿Y cuál es?
    Em enganchó su espada en el cinturón.
    —Buscar a Jovita. Y matarla.
  • Solcompartió una citael año pasado
    Aren surgió a toda prisa entre la oscuridad y se detuvo enfrente de ellos.
    —Soldados de Lera —dijo jadeante—. Por lo menos cien. Nos están atacando.
    Em alcanzó a ver, detrás de Aren, caballos y antorchas encendidas que venían de la colina. Una línea de fuego atravesó la noche y una tienda estalló. Los ruinos salían corriendo de sus cabañas, se calzaban y se vestían chaquetas a toda marcha. Los guerreros estaban reunidos alrededor de la tienda en llamas, intentando apagar el fuego.
    —¡Lo sabía! —gritó Olivia. Partió hecha una furia y dejó a Em detrás. Echó una mirada por encima del hombro y llamó—: ¡Aren! ¡Ruinos! ¡Conmigo!
    Aren corrió tras ella. Los ruinos los siguieron con las llamas iluminándoles el rostro mientras avanzaban hacia el ejército que se aproximaba. Jacobo se detuvo y volteó a mirar el fuego. Extendió la mano. Había llamas serpenteando por la hierba; pasaron cerca de Em y alcanzaron a los soldados de Lera. Dos hombres ardieron envueltos en llamas.
    Em se cubrió la boca con una mano temblorosa. ¿Por qué estaban atacándolos los soldados de Lera? ¿Estaba Cas con ellos? ¿Estaba tan enojado por la muerte de su madre que ahora se volvía contra ella?
    No tenía tiempo de preocuparse por eso.
    Volteó hacia August:
    —¿Vas a esconderte o vas a ayudarnos?
    —Ayudaré —dijo enseguida.
    Em señaló a los guerreros que estaban detrás de él:
    —Diles que se formen detrás de los ruinos. Todos tienen que usar sus chaquetas rojas si no quieren perder la cabeza accidentalmente. Tú también debes hacerlo.
    Él asintió y se giró para gritar órdenes a sus guerreros.
  • Solcompartió una citael año pasado
    El hombre que había desmontado caminó hacia ellas a grandes zancadas. Era muy alto y junto a Iria lucía imponente. Ella prácticamente tenía que correr para seguirle el paso. Sus pantalones negros estaban cubiertos de polvo y sus ojeras hacían juego con las de Iria, pero el rostro era franco y amistoso.
    —Te presento a Emelina y Olivia Flores, reinas de los ruinos —dijo Iria—. Quiero que conozcan a August Santana, príncipe de Olso.
    Em lo miró con suspicacia. ¿Qué hacía en ruina el príncipe más joven de Olso?
    —¿Reinas? —preguntó August con una amplia sonrisa—. Eso es inusual. Me gusta —inclinó la cabeza dándose un golpecito en el pecho: la manera tradicional de saludar a un miembro de la realeza ruina. Em permaneció unos momentos sin saber qué hacer, estupefacta ante la muestra de respeto.
    Se recuperó y rápidamente entrelazó los dedos, se los puso debajo de la barbilla e hizo una gran reverencia. Su madre le había enseñado la manera apropiada de saludar a la familia real de Olso. Le dedicó un rápido agradecimiento a la Em del pasado por haber prestado atención. Olivia permaneció rígida.
    —¿También a mí me da gusto conocerlo? —dijo Em, sin poder evitar que su frase sonara a pregunta.
    August parecía contento con la confusión. Su piel era más clara que la de ellas y su cabello, dorado. Era de complexión ancha y musculosa; probablemente doblaba a Em en tamaño. Por lo general, cuando ella se enfrentaba a un hombre así, mantenía una mano cerca de la espada; sin embargo, su expresión era tan relajada y amistosa que no lo creyó necesario.
    Eso hizo que quisiera tomar su espada todavía con más intensidad. Estaban tan cerca uno de otro que ella podía tomar el arma y tenerla en el pecho de él en menos de cinco segundos.
    Resistió el impulso y devolvió la sonrisa.
    —Esto es inesperado.
    —Cuando rechazaron la invitación del rey para visitar Olso, mi hermano pensó que lo mejor sería venir por ustedes —dijo él soltando una risita.
    —Estábamos ansiosas por llegar a casa —respondió Em.
    —Entiendo. Vine a hablar de nuestra alianza. ¿Están dispuestas a comenzar esa discusión?
    —Desde luego.
    August miró a Olivia como si esperara que también dijera algo, pero ella permaneció en silencio.
    August carraspeó.
    —¿Está bien si acampamos por allá?
    —Sí —Em volteó, dedicó un gesto a Mariana para que se les uniera y agregó—: Mariana se encarga de nuestras relaciones con extranjeros. Ella les ayudará a instalarse.
    Mariana asintió con la cabeza y saludó a August.
    —¿Puedes darle una de las cabañas al príncipe August, por favor? —pidió Em.
    —No hace falta —dijo él—. Estaré perfectamente a gusto en mi tienda.
    —Por favor —dijo Em—. No es gran cosa, pero será más cómoda que el suelo.
    —Si es así, gracias —dijo August, y con una amplia sonrisa añadió—: estoy deseoso de que podamos charlar un poco más.
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