¡cómo ansiaba que todo aquello se borrase, para que súbitamente nos encontráramos en una atmósfera diferente, sin ningún futuro lleno de exigencias ridículas y sin necesidad de otro sustento que nuestro mutuo amor, sin obstáculos opuestos a nuestros deseos que, desde luego, eran deseos simples: nada, nada más que permanecer para siempre sentadas sobre aquellas lápidas! Pero eso jamás sería posible, como vino a demostrar en seguida la campanilla del colegio.