«un solitario baño en el bosque, con el zumbido de las abejas y el soñoliento canto de los pájaros a mi alrededor, embebiéndome en todas las formas de belleza que se encuentran en las hojas y guijarros, en los musgosos rincones de las frías y húmedas raíces de los árboles, en todas las humildes complejidades de la naturaleza que nadie se detiene a mirar. Y por todas partes, mientras el agua fría se derramaba en hilillos, flotaba la deliciosa sensación de la infancia, y una simplicidad, una pureza y una paz como las que proporciona cada efímero regreso a un estado natural. Nadar en el bosque siempre me hacía pensar en el paraíso. No sé si son premoniciones de la dicha sencilla que habremos de encontrar en la tierra renovada, o si son visiones de un pasado que concierne a las antiguas eras en las que paseábamos sin rumbo (¿os acordáis?) junto al océano del amor eterno».