Nacido hijo de grandes urbes
y de revueltas serviles,
ahí todo lo he buscado, hallado,
con todo el apetito soñado…
Pero, como de ello nada queda,
he dicho un adiós ligero
a todo lo que puede cambiar,
al placer, a la felicidad misma,
e incluso a todo lo que amo
salvo a vos, ¡mi dulce Señor!
La Cruz me tomó en sus alas
y me lleva a los mejores fervores,
silencio, expiación,
y la árida vocación
por la virtud que se ignora.
Dulce, querida Humildad,
riega mi caridad,
inúndala de tus aguas vivas,
¡oh, mi corazón, vive con el solo fin
de conseguir una buena muerte!