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Libros
Djaimilia Pereira de Almeida

Ese cabello

  • Marina Vukosichcompartió una citahace 4 meses
    La narración elíptica de la biografía inconclusa de mi cabello, a la que la fragilidad de la memoria me obliga, frustra toda la filosofía del cabello.
  • Marina Vukosichcompartió una citahace 4 meses
    Este es el fantasma formal que me persigue:
  • Marina Vukosichcompartió una citahace 4 meses
    Dios mío, de una caricatura de la persona que podría haber sido, un exotismo. Acerca de esa Mila que no existe, la persona en que me convertí tiene una imaginación vedada por una ignorancia exasperante respecto de África. Desde donde estoy, esa nostalgia no podría ser colmada con ningún regreso. ¿A dónde iría yo? ¿Dónde me buscaría? No fue solo la circunstancia de esta mudanza de casa lo que, volviendo a acercarme a los suburbios de mi infancia portuguesa, me trajo, irónicamente, nostalgia de Angola. Fue también haber percibido, por agotamiento de evidencia, que no soy igual a las principales personas de mi vida, que algo fundamental nos separa, mucho más allá del aspecto de nuestros cabellos. Por difícil que sea admitirlo, el deseable ambiente de igualdad en que tuve la dicha de ser educada en Portugal me apartó de algo importante que procuro recordar: de una noción clara de las diferencias que me separan de las personas entre quienes me tocó crecer, que fueron, además, quienes me enseñaron a percibir la importancia de las diferencias que echo de menos.
    Este libro está escrito en un pretérito imperfecto de cortesía. La cortesía es la virtud debida a lo que no se puede decir, como si solo me restara ser ceremoniosa con lo que me resulta familiar. Este es el fantasma formal que me persigue: el recelo de que el mejor medio sea exponer los medios. Como el espantapájaros del disfraz del noventa y dos, exponer los medios es una forma de espantar respuestas. Entonces lo que el espantapájaros ahuyenta es la realidad y sus personajes, los recursos de la biografía y su poética espinosa. “¿Quién es Mila?” “Yo misma” no coincide bien conmigo. El cabello se corta y se renueva prolongando la sucesión de los ciclos, pero eso no es más que una vía de extinción. Cada ciclo del cabello no es más que un ciclo del libro del cabello. ¿Seré yo (¿“yo misma”?) la que doy importancia a su historia, contándola? Me pregunto cómo escribir con distancia si revuelvo los recuerdos, pero la distancia, me doy cuenta, es condición del recuerdo, no una ética. Todo el pasado es un satélite conveniente.
  • Paula Levalloiscompartió una citahace 4 meses
    Escribir se parece a peinar una cabellera en reposo en un busto de poliestireno.
  • Paula Levalloiscompartió una citahace 4 meses
    Viví un libro, sin percibir que lo que escribo es el residuo de ese libro.
  • Paula Levalloiscompartió una citahace 4 meses
    Mi padre recorrió una vez en moto la distancia que separa Beira de Luanda
  • Paula Levalloiscompartió una citahace 4 meses
    La persona que encontré por casualidad se confunde con el resultado de una búsqueda solamente en el sentido en que, si usamos una pala para desenterrar un cofre, es posible que el cofre encontrado esté marcado por la pala que usamos
  • Paula Levalloiscompartió una citahace 4 meses
    El tiempo de la búsqueda coincide con el tiempo del descubrimiento, exactamente como si percibiera el propósito de lo que escribo en el transcurso de escribir.
  • Paula Levalloiscompartió una citahace 4 meses
    o que se encuentra reconfigura lo que se buscaba. La búsqueda de un origen y una identidad no reconstituye mi origen ni descubre mi identidad. Una persona solo se encuentra a sí misma por casualidad.
  • Marina Vukosichcompartió una citahace 4 meses
    El cabello me esperaría al principio del camino, en la visión matinal de las calles de Oeiras, en el paseo Cesário Verde por donde iba a la escuela primaria y por donde hoy paso como si un trauma no fuera una presencia. Es por esta razón que digo que el libro se hizo metódicamente, sintetizando la única historia que creo tener la incumbencia de contar, la historia, que algunos conocen, de cómo las africanas se miran unas a otras cuando se cruzan por la calle en Lisboa, midiendo los respectivos peinados, la ropa, los novios — y a veces sonriendo. También lo hacen las niñas arrastradas por las madres cargadas de bolsas. Un día fui esa niña, en un café al que me llevaron a los siete años y en el cual pasé varias horas observando a una joven mulata a quien pensé que algún día me parecería. Ella llevaba una blusa roja y conversaba en una mesa con amigos bajo mi mirada atenta, mi boca abierta varias veces cerrada por los adultos. Yo pensaba que un día sería como ella, y miraba con naturalidad su cabello, creía que
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