Te gustaba jugar contra un adversario, menos por ganar que por estimular tus esfuerzos. Cuando paseabas solo a caballo, por el campo, o cuando nadabas en el mar, en ríos o piscinas, a veces, en pleno esfuerzo, te desalentaba lo absurdo de lo que estabas haciendo: el deporte era una acción vana. Lo practicabas más por la necesidad de cansarte que por el placer del juego. Tu cuerpo, como el de un animal, producía más energía de la necesaria. El exceso de potencia que acumulabas se volvía contra ti si no lo expulsabas.