Los desheredados

Para el marxista que es Bourdieu, la educación es simplemente un capital como cualquier otro: la escuela, validando esos «derechos», emite «títulos» escolares y universitarios que son valorados, a continuación, en el mercado de trabajo —exactamente como se valoran los títulos bursátiles en los mercados financieros—.

Por una pedagogía racional

el que consiste en creer que son las desigualdades sociales las que actúan desde el exterior sobre la escuela y que luchar por reducir esas desigualdades permitiría asegurar, finalmente, una equidad en la selección escolar.

El alumno precoz prueba, de este modo, lo que había que demostrar: no es la cantidad de trabajo escolar lo que recompensa la escuela. No se aprende nada en la escuela de lo que hay que saber para triunfar: si fuese así, admiraríamos a un alumno en proporción al tiempo que hubiese pasado en ella.

Por ello, el pasado social se convierte en un pasivo escolar. Para ilustrar este sesgo de partida, Bourdieu toma el ejemplo de la lengua: lo propio de la escuela es que en ella se hable y se escuche. A

Para Bourdieu, ahí está la definición misma de la escuela: «El sistema educativo debe [...] producir sujetos seleccionados y jerarquizados de una vez por todas y para toda la vida»

Así pues, la cultura es —en opinión de Bourdieu— totalmente arbitraria, y este punto es importante para comprender bien su reflexión. Ninguna cultura, afirma, puede pretender tener más valor que otra: los habitus que marcan el comportamiento de las élites no son, en ellos mismos, de una «calidad» mayor que la de los que caracterizan la vida de las clases populares o desfavorecidas.

el capital, afirma, puede que no sea únicamente de naturaleza económica. El patrimonio de una familia, es decir, lo que se lega de padres a hijos, comprende, además, otros elementos inmateriales que son difícilmente medibles pero que también son eficaces en la lucha por el poder. Y el primero de entre ellos es el capital cultural.

Los hombres son perversos; sería aún peor si hubiesen tenido la desgracia de nacer sabios

los sabios han provocado nuestra desgracia; los artistas nos han pervertido. Porque, detrás de la decadencia romana, Rousseau nos habla de su siglo. Hay una pasión por la cultura, las artes, la filosofía; se cultiva el lenguaje bello y las costumbres elegantes.