El juego de las escondidillas
—Un billón de trillones, ¡un billón de trillones uno…! ¡Estés o no estés listo… —advirtió Dios, destapándose los ojos, ojos que eran los planetas. Desde la Tierra pudimos haber visto qué hay más allá de la oscuridad del cosmos que eran sus manos, pero, como dejó de contar, el tiempo se congeló y nos convertimos en estatuas de arena— …voy por ti! —exclamó mientras se limpiaba algo de polvo que le molestaba los ojos.