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Libros
Ryunosuke Akutagawa,August Nemo

7 mejores cuentos de Ryunosuke Akutagawa

La serie de libros “7 mejores cuentos” presenta los grandes nombres de la literatura en lengua española.
En este volumen traemos a Rynosuke Akutagawa, un escritor japonés, perteneciente a la generación neorrealista que surgió a finales de la Primera Guerra Mundial. Sus obras, en su mayoría cuentos cortos, reflejan su interés por la vida del Japón feudal. La locura de su madre le condicionó psicológicamente para toda la vida; siendo un niño enfermizo y nervioso que leía libros incesantemente en las bibliotecas públicas. Considerado como el “padre de los cuentos japoneses”, el Premio Akutagawa, uno de los más prestigiosos de Japón, fue nombrado en su honor.2 Akutagawa cometió suicidio a la edad de 35 años por sobredosis de barbital.
Este libro contiene los siguientes cuentos:

— Rashomon.
— En el Bosque.
— Sennin.
— Kappa.
— La Nariz.
— Cuerpo de Mujer.
— El Gran Terremoto.
52 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2020
Año de publicación
2020
Editorial
Tacet Books
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👍👎

Opiniones

  • Ann Lopcompartió su opiniónel año pasado
    👍Me gustó
    🔮Profundo

    Hace algún tiempo había leído ya el cuento del Senin, el cual me dejo pensando en los 20 años de trabajo y al final lo había logrado! Vaya el punto es que en breves relatos te brinda perspectivas diversas sobre temas varios

  • Laura Salgadocompartió su opiniónhace 4 años

    Unos cuentos bastante agradables, un par de ellos un poco aburridos y confusos.
    Entretenido de leer, pero nada sorprendente.

  • Maridelibro A.Ccompartió su opiniónhace 10 meses
    👍Me gustó

Citas

  • Rafael Ramoscompartió una citahace 5 meses
    Olía como a albaricoques podridos. Caminando entre las ruinas del incendio, percibió ese tenue olor. También pensó que, extrañamente, el hedor de cadáveres putrefactos bajo el calor del sol no era tan desagradable. Ante el estanque donde habían ido apilando los cadáveres, comprendió que en el ámbito de las sensaciones, la expresión «atroz y truculento» no era exagerada. En especial, lo había impresionado el cadáver de un niño de doce o trece años. Mientras lo miraba, sintió algo parecido a la envidia. Las palabras «Los amados por los dioses, mueren prematuramente» surgieron en su mente. La casa de su hermana, quemada. La de su hermano adoptivo, también. Sin embargo, su cuñado, en libertad provisional por haber cometido perjurio...

    «Ojalá se mueran todos».

    Fue todo lo que se le ocurrió pensar mientras permanecía inmóvil y de pie ante las ruinas de los incendios que siguieron al terremoto.
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 5 meses
    Una noche de verano un chino llamado Yang despertó de pronto a causa del insoportable calor. Tumbado boca abajo, la cabeza entre las manos, se había entregado a hilvanar fogosas fantasías cuando se percató de que había un pulga avanzando por el borde de la cama. En la penumbra de la habitación la vio arrastrar su diminuto lomo fulgurando como polvo de plata rumbo al hombro de su mujer que dormía a su lado. Desnuda, yacía profundamente dormida, y oyó que respiraba dulcemente, la cabeza y el cuerpo volteados hacia su lado.
  • Rafael Ramoscompartió una citahace 5 meses
    Tras su desaparición, todo volvió a la calma. Pero no. «¿Alguien llora?», me pregunté. Mientras me liberaba, presté atención: eran mis propios sollozos los que había oído. (La voz calla, por tercera vez, haciendo una larga pausa.)
    Por fin, bajo el abeto, liberé completamente mi cuerpo dolorido. Delante mío relucía el puñal que mi esposa había dejado caer. Asiéndolo, lo clavé de un golpe en mi pecho. Sentí un borbotón acre y tibio subir por mi garganta, pero nada me dolió. A medida que mi pecho se entumecía, el silencio se profundizaba. ¡Ah, ese silencio! Ni siquiera cantaba un pájaro en el cielo de aquel bosque. Sólo caía, a través de los bambúes y los abetos, un último rayo de sol que desaparecía... Luego ya no vi bambúes ni abetos. Tendido en tierra, fui envuelto por un denso silencio. En aquel momento, unos pasos furtivos se me acercaron. Traté de volver la cabeza, pero ya me envolvía una difusa oscuridad. Una mano invisible retiraba dulcemente el puñal de mi pecho. La sangre volvió a llenarme la boca. Ese fue el fin. Me hundí en la noche eterna para no regresar...

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