Katerina

Durante los años cuarenta la oscuridad descendió sobre mí. Todos mis vínculos con los seres queridos se rompieron. En vano golpeaba a las puertas de noche. Ninguna señal, ninguna palabra salía de ellas, sólo la oscuridad sobre la oscuridad, y un gran abismo.

Durante los espantosos años cuarenta casi no escribí, y lo poco que dejé escrito lo destruí con mis propias manos. Trabajaba sin fatiga, como si el campo de remolachas fuese mi propia granja. Los trenes, que pasaban frente a nosotras, iban atestados de judíos; todas estaban contentas porque nos liberaríamos de ellos de una vez por todas.

Mientras el trabajo iba desgastando los días, el frío hacía que las horas nocturnas fuesen infinitamente largas; aun así me despertaba en las mañanas haciendo cola. Lo que una persona puede soportar no tiene límites.

Ahora bien, como dice el proverbio, el flujo del agua ha regresado al río, el círculo se ha cerrado y yo he vuelto aquí. Los días son largos y espléndidos, y puedo pasearme a mis anchas. Mientras la ventana siga abierta y mis ojos estén despiertos, la soledad no entristecerá mi alma. Qué lástima que a los muertos no se les permita hablar. Tienen algo que decir, estoy segura de ello.

La vejez hace que la persona se aproxime a sí misma y a los muertos. Los muertos queridos nos aproximan a Dios

Pero justo allí, en medio de aquellas ruinas que permanecían en pie, se me revelaban los judíos como nunca antes: como siervos ocultos de Dios

Una persona es capaz de acciones pavorosas después de arrodillarse y agacharse

Sammy era un hombre golpeado, y cada palabra que salía de su boca estaba remojada en su herida.