Libros
Maryse Condé

Travesía del manglar

  • Juan Xulzcompartió una citahace 3 años
    La noche no está hecha para dormir en un lecho como una rueda de carreta sumida en el lodo de un campo de caña. Está hecha para soñar despierta, la noche. Está hecha para revivir las pobres dichas de los días
  • Alicia M. Marescompartió una citahace 10 meses
    Porque desde que regresó de París no perdía la oportunidad de contar que estaba trabajando en una novela. ¿Entonces, un escritor es un holgazán, sentado a la sombra de su porche, que ve fijamente la cresta de las montañas durante horas, mientras los demás sudaban sus sudores bajo el caliente sol del Buen Dios?
  • rafaelhnarvalcompartió una citahace 10 meses
    De pronto, le pareció que se asfixiaba bajo los grandes árboles y soñó con una tierra donde el ojo no chocara contra los cerros, sino que siguiera la curva ilimitada del horizonte. Una tierra donde, se dijera lo que se dijera, no importara el color de piel.
    Una tierra tierra, fértil para labrar.
  • rafaelhnarvalcompartió una citahace 10 meses
    Desgraciadamente, olvidaba que el Eterno sólo rumia la venganza.
  • rafaelhnarvalcompartió una citahace 10 meses
    Por eso sabía vagamente que un hijo sin madre es el diablo en la tierra.
  • Belem EAcompartió una citahace 10 meses
    Qué es Guadalupe hoy, eh? ¡Si ya no hay caña, ya no hay Guadalupe
  • Belem EAcompartió una citahace 10 meses
    Salió un adolescente con la cara cerrada como celda de prisión. Les gritó a las bestias, “¡shu, shu!”, y los monstruos retrocedieron ante algo más violento que ellos
  • Belem EAcompartió una citahace 10 meses
    Qué fuerza había sido más poderosa que esos años y años de costumbre
  • Cristinacompartió una citahace 10 meses
    “AL PARECER LOS HOMBRES GUARDAN EN EL HUECO DE LA cabeza un dejo de sinrazón. Ni la instrucción ni la educación acaban con ella. He ahí un hombre que no tenía nada que temer y que murió por miedo a su muerte”.
  • Alicia M. Marescompartió una citahace 10 meses
    Esa noche ni siquiera sopló la brisa. La noche era tan clara como el gran día. La luna se contemplaba la cara regordeta en el espejo de charcos y ríos. Los sapos, con medio cuerpo hundido en el lodo, se empecinaban en exigir agua, siempre agua. Moïse chupaba su pipa en la hamaca. No eran las ganas de un cuerpo de mujer las que lo atormentaban, como cada noche. Eran esos sueños que echaban raíces
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