Libros
Walter Benjamin

Infancia berlinesa hacia mil novecientos

Esta obra central en el universo benjaminiano se empezó a escribir en los años treinta del pasado siglo como contrapeso al mítico (y extrañado) proyecto del Libro de los Pasajes y al ascenso de los nazis al poder.
Benjamin se torna a mirar su propia infancia: el nacimiento del “apetito de historias” en un niño enfermizo. No obstante, influido por Proust (de quien fue traductor), el autor alcanza una resonancia mayor y le devuelve su libertad fundacional a la forma ensayística: capta la compleja trama de temporalidades que nos conforma, la resistencia del pasado a marcharse y su promesa de futuro. Con un acercamiento detallista y ensoñado, Benjamin observa un teléfono, un costurero o un parque en medio de la ciudad, y extrae de ellos el fundamento de la imaginación infantil, la magia de un pensar en imágenes, porque este libro es un mapa de la ciudad y un manual de instrucciones de la infancia en un momento en que ambas, ciudad y niñez, han desaparecido. Sin embargo, como siempre en Benjamin, lo extinguido adquiere una súbita modernidad. Y su mirada, entrenada en el arte de la espera, se transforma en una cartografía de los sueños contemporáneos.
68 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2021
Año de publicación
2021
Traductor
Richard Gross
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Opiniones

  • maría fernanda almadacompartió su opiniónhace 2 años
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Citas

  • Pablocompartió una citahace 2 meses
    Cada par ofrecía el aspecto de una bolsita. Nada superaba el placer de adentrar la mano en lo más hondo de su interior. No lo hacía por el calor que me procuraba: lo que me arrastraba hacia sus profundidades era «lo que traía dentro», que yo siempre sujetaba con la mano en su interior enrollado. Una vez ceñido con el puño y después de cerciorarme al máximo de la posesión de la suave masa lanar, comenzaba la segunda parte del juego, la cual entrañaba todo un descubrimiento, pues ahora desenrollaba la bolsita de lana sacando «lo que traía dentro». Me lo acercaba cada vez más hasta que ocurría algo desolador: al acabar la operación, tanto la bolsa como «lo que traía dentro» dejaban de existir. No me hartaba de hacer esta comprobación. Me enseñó que la forma y el contenido, lo envuelto y el envoltorio son idénticos. Me instruyó para extraer de la poesía la verdad con tanta cautela como la mano infantil sacaba de «la bolsa» el calcetín.
  • Josué Osbournecompartió una citahace 8 meses
    A mí esa obligación me la imponían las palabras. No las que me asemejaban a niños ejemplares, sino a las viviendas, los muebles, la ropa. Estaba desfigurado por los parecidos con todo mi entorno. Habitaba, como un molusco en su concha, en el siglo xix, ahora hueco ante mí como una concha vacía. La acerco al oído. ¿Qué oigo? No oigo el tronido de los cañones ni la música de baile de Offenbach, ni siquiera el trápala de los caballos en el pavimento ni el tararí del desfile de la guardia. No: lo que oigo es el breve golpeteo de la antracita que desde un recipiente de hojalata cae en un fogón de hierro, y el sordo estampido con que se enciende la llama de la mecha del gas, y el tintineo de la campana del quinqué sobre el aro de latón cuando un vehículo pasa por la calle.
  • Josué Osbournecompartió una citael año pasado
    llegar tarde
    El reloj en el patio de la escuela tenía aspecto de estropeado por mi culpa. Marcaba «demasiado tarde». Y al pasillo llegaba, por las puertas de las aulas que iba yo rozando, un murmullo de secreta deliberación. Detrás de esas puertas, maestros y alumnos eran amigos, o bien todos callaban, como esperando a alguien. Toqué el pomo con mano silenciosa. El sol bañaba el lugar en que me encontraba. Profané entonces mi día en ciernes para entrar. Nadie parecía conocerme, ni siquiera reparar en mí. Igual que había hecho el diablo con la sombra de Peter Schlemihl, el maestro se había quedado con mi nombre al comienzo de la clase. Ya no me llegaría el turno. Participé callado hasta que sonó el timbre. Pero no hallé consuelo al oírlo

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