el mío es ese mutismo ininterrumpido del corazón que constituye de forma única la elocuencia perfecta. Nadie disfruta con retruécanos, aliteraciones, antítesis, argumentaciones y análisis tanto como yo, pero en ocasiones prefiero no contar con ellos. «¡Dejadme, oh, dejadme en mi reposo!».5 Tengo en esos momentos otras cuestiones entre las manos que quizá les puedan parecer vanas, sin embargo, son para mí «la propia esencia de la conciencia».6 ¿Acaso no es hermosa esta rosa silvestre sin un comentario? ¿No se apodera de mi corazón esta margarita envuelta en su manto esmeralda?