Ray Bradbury

El Vino Del Estío

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  • Saray Orozcocompartió una citahace 2 años
    Bastaba levantarse y asomarse a la ventana para saber que éste era realmente el tiempo primero de la libertad y la vida, que ésta era la madrugada primera del estío.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    Ahora, todo un otoño, un invierno blanco, una primavera fresca y verde para sacar las sumas y totales del verano pasado. Y si olvidaba, allí estaba el vino almacenado en el sótano, numerado de día en día. Iría allí a menudo, miraría el sol de frente hasta que no pudiera mirar más, y luego cerraría los ojos y estudiaría las manchas, las cicatrices que le bailarían en los párpados tibios. Y arreglaría una y otra vez todos los juegos y reflejos hasta que el dibujo se aclarara.

    Así, pensando, Douglas se durmió.

    Y, durmiendo, dio fin al verano de 1928.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    - Es una muñeca de cera -dijo Tom-. ¿Por qué me traes aquí? - ¡Todo el tiempo preguntando por qué! -gritó Douglas-. ¡Porque sí, por eso! Porque… la luz de las arcadas se debilitaba… porque… Un día descubres que estás vivo. ¡Explosión! ¡Conmoción! ¡Iluminación! ¡Delicia!

    Ríes, bailas, gritas.

    Pero, no mucho después, el sol se pone. Cae la nieve, aunque nadie la ve en el mediodía de agosto.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    - Un buen sueño o diez minutos de lágrimas o un poco de helado de chocolate, o todo junto es la mejor medicina, Doug. Te lo dice el doctor Tom Spaulding.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    - Ayer murió Ching Ling Soo. Ayer la guerra civil terminó para siempre en este pueblo.

    Ayer murió aquí el señor Lincoln, y también el general Lee y el general Grant y otros cien mil que miraban al norte o al sur. Y ayer a la tarde, en casa del coronel Freeleigh, una manada de búfalos tan grande como todo Green Town, Illinois, cayó por un precipicio hacia la nada. Ayer una gran cantidad de polvo se asentó para siempre. Y en ese momento no me di cuenta. ¡Es terrible, Tom, terrible! ¿Qué vamos a hacer sin esos búfalos? ¿Qué vamos a hacer sin esos soldados y esos generales Lee y Grant y Honest Abe? ¿Qué vamos a hacer sin Ching Ling Soo? Nunca imaginé que tantos pudiesen morir tan rápidamente, Tom. Pero así es. ¡Así es!
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    Estoy escribiéndolo de este modo: Quizá los viejos nunca fueron niños, como decimos de la señora Bentley; pero, grandes o pequeños, algunos estuvieron cerca de Appomattox en el verano de 1865. Allí aprendieron a tener vista de indio, y pueden ver hacia atrás mucho más que tú o yo hacia adelante.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    - No -dijo el viejo, roncamente-. No recuerdo que nadie ganara en alguna parte alguna vez. La guerra no es algo que se gana, Charlie. Uno pierde siempre, y el que pierde último pide condiciones. Todo lo que recuerdo es un montón de derrotas y penas, y nada bueno sino el fin. El fin, Charlie, es una verdadera victoria que no tiene relación con fusiles. Pero no creo que vosotros queráis que os hable de esas victorias.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    - No dará resultado -continuó el señor Bentley, sorbiendo su té-. Aunque trates por todos los medios de ser lo que eras, sólo podrás ser lo que eres aquí y ahora. El tiempo hipnotiza.
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    Jane.

    - Mi querida, cuando seas tan vieja como yo tampoco te llamarán Jane. La vejez es algo espantosamente formal. Siempre somos "señoras". A la gente no le gusta llamarte "Helen
  • Yatzel Roldáncompartió una citahace 5 años
    Tom tenía sólo diez años. Sabía poco de la muerte, el miedo, o el terror. Le muerte era una efigie de cera en un ataúd cuando Tom tenía seis años, era el bisabuelo, como un gran buitre caído en su jaula, callado, llevado, un bisabuelo que ya nunca le diría cómo ser bueno, y que nos haría breves comentarios sobre política. Le muerte era su hermanita una mañana de sus siete años, cuando despertó, miró en la cuna, y vio que ella lo miraba con unos ojos ciegos, helados, azules y fijos hasta que vinieron los hombres a llevársela en una canastita. La muerte era un día, cuatro semanas más tarde, cuando se detuvo junto a la alta silla de su hermana y comprendió de pronto que nunca estaría otra vez en la casa, haciéndolo reír y llorar, y poniéndolo celoso. La muerte era el Solitario, invisible, que iba de un lado a otro y acechaba detrás de los árboles, esperando en el campo para venir al pueblo, una o dos veces al año, a estas calles, a estos lugares donde había tan poca luz, y matar a una, dos o tres mujeres en los últimos tres años. Eso era la muerte..
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