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Libros
León Tolstoi

La felicidad conyugal

  • Dianela Villicaña Denacompartió una citahace 3 años
    —¿Y no quieres nada?—pregunté.
    —Nada imposible—respondió, adivinando lo que yo sentía—. Tú te mojas la cabeza—añadió acariciándome como si fuese una niña y pasando una vez más su mano por mis cabellos—, y envidias a las hojas y a la hierba porque las moja la lluvia. Te gustaría ser la hierba y las hojas, y también la lluvia. Yo sólo me alegro de que existan, como me alegro de todo lo que en este mundo tiene belleza, juventud y felicidad
  • Ivana Melgozacompartió una citahace 7 meses
    Miré a mi marido, sus ojos rieron cuando se toparon con los míos, y, por primera vez después de mucho tiempo, fue para mí fácil y gozoso mirarlos.

    A partir de ese día el idilio con mi marido terminó. El sentimiento de antaño se convirtió en un recuerdo querido e irrevocable, y el nuevo sentimiento de amor por mis hijos y por el padre de mis hijos sentó el comienzo de otra vida, feliz de manera absolutamente distinta, una vida que aún no he terminado de vivir en este momento…
  • Ivana Melgozacompartió una citahace 7 meses
    De pronto entendí clara y tranquilamente que el sentimiento de aquella época había pasado de manera irreversible, como el tiempo mismo, y que hacerlo volver no sólo era imposible, sino que provocaría opresión y malestar.
  • Ivana Melgozacompartió una citahace 7 meses
    —No vamos a intentar repetir lo vivido —continuó—, ni vamos a engañarnos. ¡Qué bien que no existan las inquietudes y las ansiedades de antaño! No tenemos nada que buscar ni por qué inquietarnos. Ya lo hemos encontrado y nos ha tocado una buena parte de felicidad. Ahora lo nuestro es borrarnos y despejar el camino, mira para quién —dijo, señalando a la nodriza que había llegado con Vania y se había detenido en la puerta de la terraza—. Así es, querida —concluyó, atrayendo mi cabeza hacia él y besándola. No me besaba un amante, sino un viejo amigo.
  • Ivana Melgozacompartió una citahace 7 meses
    Mientras yo hablaba, iba sintiendo que aquello que yo quería, aquello que yo pedía era imposible.
  • Ivana Melgozacompartió una citahace 7 meses
    Sí, es cierto. ¡Me equivoqué! — añadió, deteniéndose justo frente a mí—. O no debí haberme permitido amarte, o debí haberte amado de forma más sencilla, sí.

    —Olvidémoslo todo —aventuré tímidamente.

    —No, lo que ha pasado no volverá, es imposible hacerlo volver —y su voz se suavizó al decir esto.

    —Todo ha vuelto —dije yo, apoyando mi mano en su hombro. Él tomó mi mano y la apretó.

    —No, no es verdad que no lamente el pasado; lo lamento, lloro por ese amor que se fue, que ya no existe ni volverá a existir. ¿Quién tiene la culpa? No lo sé. Ha quedado amor, pero no aquel; ha quedado su lugar, pero él ha estado muy enfermo, no tiene fuerza ni vitalidad, han quedado recuerdos y gratitud, pero…
  • Ivana Melgozacompartió una citahace 7 meses
    De la misma manera que aquel año, cuando acababa de conocerte, pasaba noches enteras en vela pensando en ti, y yo mismo cultivé ese amor, y ese amor no hacía más que crecer en mi corazón, de esa misma manera en Petersburgo y en el extranjero pasé noches terribles en vela rompiendo, destruyendo ese amor que me atormentaba. Al amor no logré destruirlo, pero destruí lo que me atormentaba y me tranquilicé, y sigo amándote, pero con un amor distinto.
  • Ivana Melgozacompartió una citahace 7 meses
    ¿Acaso soy culpable de que ahora, cuando he entendido lo que hace falta, cuando desde hace casi un año hago todo lo posible por volver a ti, tú me apartes como si no entendieras lo que quiero? ¡Y todo sucede de modo que a ti no se te puede acusar de nada y yo soy culpable e infeliz! Sí, de nuevo quieres arrojarme a esa vida que podía haber hecho tanto tu infelicidad como la mía.
  • Ivana Melgozacompartió una citahace 7 meses
    Escúchame. ¿Por qué nunca me dijiste que querías que yo viviera justamente como tú querías? ¿Por qué me diste una libertad que no supe utilizar? ¿Por qué dejaste de enseñarme?
  • Ivana Melgozacompartió una citahace 7 meses
    Esta sencilla caricia, como un reproche, hizo que me dieran ganas de llorar.

    —¿Qué más puede necesitar un hombre? —dijo—. ¡Estoy tan contento que no necesito nada, soy absolutamente feliz!

    «No era eso lo que decías hace tiempo sobre tu felicidad —pensé—. No importa lo grande que fuese, siempre decías que querías algo más. Y ahora estás tranquilo y contento, ahora que yo tengo en el alma una especie de arrepentimiento no expresado y unas lágrimas no lloradas».

    —Yo también me siento bien —dije—, y si estoy triste es precisamente por toda esta armonía que hay frente a mí. En mí todo es incoherente, incompleto, siempre quiero algo; en cambio, aquí todo es tan maravilloso, tan apacible… ¿Acaso a ti no te embarga una cierta nostalgia de disfrutar de la naturaleza, como si quisieras algo imposible y lamentaras algo pasado?
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