Al fin y al cabo éramos casi perfectos. Es como cuando alguien te acaricia siempre en el mismo lugar, digamos, el brazo. Al principio te en canta, después te empieza a irritar pero lo aguantás porque el que te acaricia tiene buenas intenciones, hasta que la piel directamente te duele y la sentís en carne viva y se torna insoportable y pedís que por favor dejen de darte cariño de esa manera tan insistente y automática.