El llamado no es pues, pienso yo, a la producción de un discurso, una demanda o una respuesta por parte de quien escucha. Es más bien el llamado mismo a escuchar, a imaginar cómo recibir e interpretar la voz que habla desde ese lugar, entre la vida y la muerte, que, por retar de manera radical todas las categorías de las que disponemos para darle sentido al mundo, corre el peligro de pasar desapercibido, entre los escombros que, en ese caso, lograrían finalmente enterrar del todo lo que la obra poderosamente logra remover.