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William Faulkner

Miss Zilphia Gant

  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    día siguiente Zilphia abandonó la escuela. A partir de entonces siempre estaba sentada en una silla junto a la ventana que daba a la plaza, con un delantal de hule. Junto a ella, la máquina de la señora Gant ronroneaba sin parar. La ventana no tenía barrotes. A través de ella, Zilphia veía cómo los chicos con los que solía ir a la escuela empezaban a emparejarse inevitablemente, entrando y saliendo de su campo de visión, algunos incluso hasta la casa del pastor o de camino a la iglesia. Un año Zilphia cosió el vestido de novia de la chica a la que solía visitar; cuatro años después, cosió vestidos para la hija de su amiga. Estuvo sentada frente a la ventana durante doce años
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    Cuando Zilphia tenía trece años la señora Gant empezó a examinar su cuerpo cada mes. La obligaba a desnudarse y a pararse frente a ella, muerta de vergüenza, mientras la luz salvaje se colaba entre los barrotes y el invierno gris recorría todo el descampado
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    una mujer que durante doce años había cultivado la apariencia externa de un hombre y que ahora, a los cuarenta, tenía sobre las comisuras de los labios la sombra difuminada de un bigote… siempre ahí, con la paciencia eterna de su crianza campesina y con su fría e implacable paranoia, lo mismo en los días templados que bajo la lluvia y el frío, envuelta en su chal negro
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    Decían que había sido una clienta de la señora Gant quien había llevado a Zilphia a la escuela. Un día, en la sastrería, esta clienta le estaba hablando a Zilphia de la escuela. Zilphia tenía nueve años. «Todos los niños y las niñas van a la escuela. Ya verás cómo te va a gustar.» La mujer estaba de espaldas al cuarto, así que no se dio cuenta de que la máquina había dejado de funcionar; solo vio cómo los ojos de Zilphia se ponían repentinamente en blanco y se llenaban
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    En esa época Zilphia era una chica extremadamente flaca, el rostro pálido y turbador, los ojos grandes y un poco saltones, siempre yendo y viniendo de la escuela junto a su madre, con esa pequeña y trágica máscara que tenía por cara. Al tercer año rehusó ir a la escuela. No quiso decirle a la señora Gant por qué: le avergonzaba que nadie pudiera verla en la calle sin su madre. La señora Gant no le permitió faltar a clases. En la primavera volvió a enfermar de anemia, nerviosismo, soledad y auténtica angustia
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    A partir de entonces vivieron en una especie de armisticio. Dormían en la misma cama y comían la misma comida durante días y en completo silencio. Sentada delante de su máquina de coser, la señora Gant, sin siquiera levantar la cabeza, escuchaba cómo los pasos de Zilphia atravesaban el cuarto y se perdían en la calle. Aun así, de vez en cuando cerraba el negocio y, con el chal sobre los hombros, se adentraba en las calles y callejones menos frecuentados del pueblo y al cabo de un rato daba con Zilphia, que siempre iba andando sin rumbo y a toda prisa. Luego regresaban juntas a casa sin cruzar una sola palabra
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    En el pueblo se decía que ella y su hija, Zilphia, habían vivido en un cuarto de seis metros cuadrados durante veintitrés años
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    Jim Gant era comerciante de ganado. Compraba caballos y mulas en tres condados cercanos y, ayudado por un muchacho corpulento y medio tonto, conducía los animales a lo largo de setenta y cinco millas, hasta los mercados de Memphis
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    Jim me debe un dólar y setenta y cinco centavos», aulló el muchacho. «Él me dijo que usted me lo pagaría.»
  • Dianela Villicaña Denacompartió una citael año pasado
    Tres meses más tarde vendió la casa a buen precio y se mudó a un sitio muy lejos del poblado, llevándose consigo un baúl amarrado con sogas, la escopeta y el edredón donde dormía la niña. Luego se supo que había comprado un taller de costura en Jefferson, la capital del condado
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