Arañas, pesadillas y lagañas

No es que no quiera entenderte: es que mi mente va en otra dirección, a otra velocidad. Se metió en un laberinto y solo a veces vislumbro la salida. Pero casi siempre queda lejos. No atrás, no adelante. Solo lejos.

Así que nos quedamos mi torta y yo a chismosear solas. El problema es que los bolillos no son muy comunicativos que digamos.

Una escoba es un cepillo de mango largo para esa gran cabeza llamada la Tierra, y el cepillo de dientes es una escoba para barrer adentro de la boca.

—Pobre payaso —murmuró, y con eso puso punto final a su berrinche.

“¿Por qué no puede haber fósiles de la música?”

—¿Qué es lo imprevisto? —le pregunté.
Yo pensaba en Ana, la vecina de enfrente (frenos ortodónticos, tobilleras, zapatitos de charol). Él se refería a un terremoto de 8 grados Richter.

Niños: aunque ustedes y yo aún no nos conocemos, puedo decir algunas cosas acerca de ustedes. Por ejemplo, que en este momento están leyendo. Es inútil que lo nieguen.

Soy sordo, ciego, paralítico o tengo alguna discapacidad mental. Tú y yo somos diferentes. Pero basta con mirar hacia el otro lado del camino para poder comprendernos. Da un salto hacia mí y te lo demuestro. Brinca tú, porque quizá yo no pueda. Sé mis ojos, mis oídos, mis piernas, mi mente. Salta a mi lado, y juntos podremos llegar lejos. También podría enseñarte algunas pequeñas cosas.