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Libros
Arundhati Roy

El Dios de las pequeñas cosas

  • Andrea Poulaincompartió una citahace 7 años
    En las Grandes Historias sabemos quién vive, quién muere, quién encuentra el amor y quién no. Y, aun así, queremos volver a saberlo.
  • Ariadnecompartió una citahace 3 años
    No sabía que en algunos lugares, como en el país del que procedía Rahel, había diferentes clases de desesperación que pugnaban por la primacía. Y que la desesperación personal nunca llegaba a ser lo suficientemente desesperada. Que algo sucedía cuando la confusión personal chocaba casualmente con el altar levantado al borde del camino a la confusión pública de una nación. Una confusión inverosímil, insensata, ridícula, torrencial, circundante, violenta, inmensa. Sucedía que el Dios Grande bramaba como un viento tórrido exigiendo reverencia. Y entonces el Dios Pequeño (agradable y contenido, privado y limitado) retrocedía cauterizado, riéndose, aturdido, de su propia audacia. Acostumbrado a la constante confirmación de su inconsecuencia, se tornaba acomodaticio e indiferente. No había mucho que importara. Nada de lo que importaba, importaba mucho. Y, cuanto menos importaba, menos importaba. Nada tenía nunca suficiente importancia. Porque cosas peores habían sucedido. En el país del que ella procedía, en eterno equilibrio entre los terrores de la guerra y los horrores de la paz, continuaban sucediendo las peores cosas
  • Berenice Torrescompartió una citahace 3 años
    No era joven ni vieja, pero tenía una edad en que la muerte ya era un hecho posible.
  • Paulina Hernández Marroquíncompartió una citahace 4 años
    Ammu, si eres feliz en un sueño, ¿cuenta? –preguntó Estha.

    –¿Que si cuenta qué?

    –La felicidad. ¿Cuenta?
  • Raquelcompartió una citahace 6 años
    Incluso luego, en las trece noches que siguieron a aquella, instintivamente se aferraron a las Pequeñas Cosas. Las Grandes Cosas siempre quedaban dentro. Sabían que no tenían adónde ir. No tenían nada. Ningún futuro. Así que se aferraron a las pequeñas cosas.
  • Andrea Poulaincompartió una citahace 7 años
    Pappachi no permitía que los paravanes entraran en la casa. Nadie lo hacía. No se les permitía tocar nada que los Tocables pudieran tocar. No se lo permitían los de las Castas Hindúes ni los de las Castas Cristianas. Mammachi les contó a Estha y a Rahel que se acordaba de la época en que, siendo niña, los paravanes tenían que retroceder de rodillas, borrando sus huellas con una escobilla, para que los brahmanes o los cristianos sirios no se volvieran impuros al pisar sin querer sus pisadas. En tiempos de la niñez de Mammachi no se permitía a los paravanes, igual que a los demás Intocables, andar por la vía pública, ni cubrirse la parte superior del cuerpo, ni usar paraguas. Cuando hablaban, tenían que taparse la boca con la mano, para evitar que su aliento contagiase su impureza a aquellos a quienes dirigían la palabra.
  • Andrea Poulaincompartió una citahace 7 años
    ¿Adónde van a morir los pájaros viejos? ¿Por qué los muertos no caen como piedras del cielo?
  • Nuria Chicotecompartió una citahace 6 meses
    Aunque ya no se podía ver el río desde ella, la casa de Ayemenem seguía evocándolo, del mismo modo que una concha marina siempre evoca el mar.

    Evocaba
  • Nuria Chicotecompartió una citahace 6 meses
    Pero ella trajo consigo el ruido de trenes que pasan y las luces y sombras que se proyectan
  • Nuria Chicotecompartió una citahace 6 meses
    Parecía un pescador en una ciudad.
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