Planteadas así las cosas, la creación en general, y el hombre en particular, ya no aparecen ni como un gran mecanismo de relojería, ni como muñecos de un juego divino. La historia del mundo no está fijada desde su inicio, sino que, partiendo de las leyes naturales que Dios ha promulgado, y que garantizan la posibilidad del despliegue de las formas de existencia queridas por el Creador, la creación sigue un curso no dispuesto en sus detalles por Él.