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Benjamin Wardhaugh

Contar

Tras “Las infinitas vidas de Euclides”, Benjamin Wardhaugh nos invita a un apasionante viaje por la historia de los números para descubrir como los seres humanos hemos aprendido a contar.

1, 2, 3, 4… Se supone que contar no es más que asignar cantidades a las realidades con las que tratamos, ya sean cosas, ideas o sensaciones. Una facultad aparentemente tan sencilla y cotidiana, que corremos el riesgo de no darnos cuenta de su enorme utilidad y excepcionalidad. ¿Por qué el ser humano es la única especie del planeta capaz de hacerlo? ¿Cuál es el origen del cálculo? ¿Todos los seres humanos cuentan (y han contado) siempre y de la misma manera?
Estas y otras preguntas son las que llevaron al prestigioso matemático Benjamin Wardhaugh a iniciar un fascinante recorrido por la historia y la geografía de los cincos continentes para explorar las distintas formas en las que los seres humanos hemos aprendido a contar. Desde los fabricantes de collares de cuentas en el África de la Edad de Piedra, a los reyes asirios, la «contracultura» filosófica de la Atenas clásica, los campesinos chinos y los comerciantes papúes, Wardaugh construye una maravilloso mosaico sobre cómo hemos intentado ordenar un mundo desordenado con la ayuda de los números. Un fascinante ensayo, a medio camino entre las matemáticas, la historia y la antropología, para descubrir una de esas facultades que nos distinguen como humanos.

¿A qué responde este libro?
— ¿Por qué la humanidad tiene la necesidad de contar?
— Contar como una especificidad cultural de cada sociedad.
— Los símbolos contables en las diferentes sociedades de la humanidad.
— La manera en la que cada sociedad cuenta es un reflejo de su forma de ser.
— El frenético cambio a raíz de la introducción de las máquinas de contar.
404 páginas impresas
Propietario de los derechos de autor
Bookwire
Publicación original
2024
Año de publicación
2024
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Citas

  • Katia Escalantecompartió una citaayer
    Entre el 3200-3100 a. C. el método se había transformado y sofisticado. La tablilla plana de arcilla perduró como superficie (los tamaños típicos podían oscilar entre cinco y quince centímetros de ancho, pero los había mayores y también más pequeños), al igual que se mantuvo el estilete de caña como herramienta y la convención de trazar los signos con el extremo fino de este e imprimir las anotaciones con el grueso. El número de signos había crecido hasta varios cientos —casi mil según algunas estimaciones— y el uso original de pictogramas para representarlos se había diluido; una elevada proporción de ellos ya eran, en apariencia, totalmente abstractos, y su significado debía aprenderse y transmitirse de persona a persona.
  • Katia Escalantecompartió una citahace 6 días
    probable que el propietario pudiera ser identificado a partir de ese diseño. Su creciente uso habla de una sociedad en la que la memoria, el boca a boca y la confianza ya no eran herramientas adecuadas para identificar y proteger la propiedad, un efecto presumiblemente causado por el tamaño y la complejidad de esa sociedad.
  • Katia Escalantecompartió una citahace 6 días
    Organizar a las personas y los recursos a esta escala requería un lenguaje, por supuesto, y los habitantes de Uruk y su área hablaban un idioma llamado sumerio, que no tiene descendientes conocidos y cuya gramática e, incluso, fonemas no se comprenden del todo.
    Y requería contar.

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