algunos dogmas grotescos y suprarracionales: una eutanasia hecha rutina metafísica, el estímulo de la música sacra, las anticuadas colectas de los domingos a favor de los necesitados, sin olvidar el óbolo misionero. Si bien el catolicismo, después de 1870, se mostró en el apogeo de su crispación antimodernista, esto no modificó en absoluto que todos sus esfuerzos en los frentes teológicos y políticos fueran únicamente maquinaciones de la debilidad: la huida papal al dogma de la infalibilidad, la movilización extrema de la misión, la campal exaltación ardorosa del pensamiento mariano, la condenación de los libros liberales y modernistas, el subversivo establecimiento en los parlamentos de partidos ultramontanos contrarios a lo secular: en todas estas acciones se revelaba el pánico de una fuerza en decadencia. Pese a las mermas de la Iglesia, los símbolos decisivos que situaron la cuestión católica permanecieron en la joven nación italiana y en el encierro desairado del Papa en el interior de los muros vaticanos, donde en 1929 puso cara de mártir28.