Que podría irme de Siracusa y buscarme una casita en la costa, dejar las habitaciones oscuras, la arcilla y las manos rojas, cambiarlas por el mar y el cielo, y cuando vuelva a casa con la pesca colgada del hombro, ella, sea quien sea, me estará esperando y me recibirá con risas. Qué risa la suya, casi la estoy oyendo, y su sonido es suave y delicado