Jennifer L. Armentrout

Una sombra en las brasas

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  • Lilen Altamiranocompartió una citaanteayer
    —No lo entiendo —susurré, aunque eché a andar otra vez para detenerme a un par de pasos de sir Holland.

    —¿Lo conoces? —Nyktos se había acercado a mí, los ojos clavados en el hombre que teníamos delante.

    —Sí, me conoce —confirmó sir Holland, y sus ojos oscuros buscaron los míos—. La he conocido la mayor parte de su vida.

    —Él me entrenó —susurré. Quería tocarlo para ver si era real, abrazarlo, pero no podía moverme—. Es sir Holland. No entiendo cómo es posible.

    —Puedes llamarme solo Holland —me dijo—. Ese es mi nombre.

    —Pero eres… ¿por qué estás aquí? —La confusión tronaba en mi interior y vi a Penellaphe pasar con sigilo por su lado después de haber entrado en la amplia sala—. ¿Eres un viktor?

    —No. Ese honor no es mío —dijo.

    —Está aquí porque es un Espíritu del Destino —declaró Nyktos con frialdad—. Es un Hado, un Arae. Uno que al parecer ha estado haciéndose pasar por mortal. —Miró a Holland con suspicacia—. Ahora sé cómo tenías conocimiento de cierta poción.

    —No es un espíritu. —Para confirmarlo, sobre todo a mí misma, estiré una mano y presioné con un dedo sobre la lustrosa piel marrón de su brazo.

    —Los Espíritus del Destino, los Arae, son como dioses. —Nyktos alargó un brazo y apartó mi mano de Holland—. No son como los espíritus de alrededor de tu lago.

    La mirada de Holland siguió la dirección de la mano de Nyktos y un lado de sus labios se curvó hacia arriba.

    Aturdida, todo lo que pude hacer fue mirarlo pasmada. La parte pragmática de mi mente se puso en funcionamiento. De toda la gente que conocía, Holland siempre había creído… siempre había creído en mí. Su fe inquebrantable tenía más sentido ahora. Seguía siendo una sorpresa, pero después de haberme enterado de la verdad acerca de Kolis, sabía que esto podría procesarlo. Podría entenderlo. Y saber que Holland estaba bien también ayudaba. Tavius no le había hecho algo terrible.
  • Lilen Altamiranocompartió una citaanteayer
    Rhahar y Ector estaban bajo el arco de entrada. No estaban solos. Un hombre desconocido estaba con ellos, su pelo pajizo rozaba unos anchos hombros enfundados en una túnica gris claro ceñida con un cinturón. Tenía el rostro curtido y tostado por el sol. A su lado había una diosa. Supe lo que era al instante. Era la cualidad etérea de sus rasgos y el tenue resplandor luminoso bajo su piel café con leche. Tenía el pelo del color de la miel, unos tonos más claro que el vestido que llevaba, y sus ojos eran del azul más intenso que había visto en la vida. Cuando nos acercamos, el hombre se llevó una mano al corazón y se inclinó por la cintura, igual que la diosa.

    —¿Penellaphe? —El tono de Nyktos sonó cargado de sorpresa.

    —Hola, Nyktos. —Se enderezó y vino hacia nosotros. Echó un vistazo rápido en mi dirección—. Ha pasado un tiempito desde la última vez que nos vimos.

    —Demasiado —confirmó él—. Espero que todo vaya bien.

    —Sí, todo va bien. —La sonrisa de Penellaphe fue breve y se desvaneció cuando me miró de nuevo. Nyktos siguió la dirección de su mirada.

    —Esta es…

    —Ya sé quién es —lo interrumpió Penellaphe. Arqueé las cejas—. Ella es la razón de que esté aquí.

    —¿Lo soy?

    La diosa asintió y se giró otra vez hacia Nyktos.

    —Convocaste a los Arae.

    —Así es, pero…

    —Pero yo no soy los Arae. Pronto entenderás por qué he venido yo —dijo. Dio un paso atrás y cruzó las manos—. Uno de los Arae te espera dentro. Os espera a los dos.

    La curiosidad se grabó en el rostro de Nyktos, pero me miró antes de hacer nada. Yo asentí y Penellaphe se volvió hacia el otro hombre.

    —¿Nos esperas aquí? —preguntó.

    —Por supuesto —contestó él. La diosa inclinó la cabeza.

    —Gracias, Ward.

    Lo miré con disimulo al pasar por su lado. No pude distinguir si era una divinidad o un mortal, pero no vi ningún aura en sus ojos. Rhahar y Ector dieron un paso a un costado cuando Penellaphe pasó como flotando por su lado. Apreté el paso al ver a Nyktos girar la cabeza hacia mí. Frenó un poco y lo alcancé justo para entrar con él en la sala ahora iluminada por velas.
  • Lilen Altamiranocompartió una citaanteayer
    —¿Y con sobre todo mortales, qué quieres decir?

    —Quiere decir que no son mortales ni dioses. Pero sí son eternos, como los Hados —dijo Saion. Arqueé las cejas.

    —Vaya, eso lo aclara todo.

    Saion sonrió.

    —Nacen para cumplir su papel, de un modo muy parecido a como nace un mortal, pero sus almas han vivido muchas vidas.

    —¿Reencarnados como Sotoria? —pregunté.

    —Sí y no. —Nyktos se echó hacia atrás—. Viven como mortales y cumplen con su propósito. Mueren en el proceso de hacerlo, o bien mucho después de haber cumplido con su deber, pero cuando mueren, sus almas regresan al Monte Lotho, donde están los Arae, y se les da forma física de nuevo. Permanecen ahí hasta que llega su momento otra vez.

    —Cuando renacen, no recuerdan sus vidas anteriores, solo esta llamada que algunos distinguen y otros no. Es una forma que tienen los Hados de mantener el equilibrio —dijo Saion—. Sin embargo, cuando vuelven al Monte Lotho, recuperan los recuerdos de sus vidas.

    —¿De todas sus vidas?

    El dios asintió y yo solté una larga bocanada de aire. Podían ser muchas vidas que recordar… muchas muertes y pérdidas. Aunque también mucha alegría. Si los hermanos Kazin eran viktors, ¿habrían sabido cuál era su deber? ¿Y Andreia u otros cuyos nombres desconocía? ¿Y el bebé?

    ¿Y si eso era lo que era sir Holland?

    Se me cortó la respiración. ¿Podía ser un viktor? Me había protegido al entrenarme, y jamás se dio por vencido. Nunca. Y sabía lo de la poción. Te… tenía sentido. Y como lo tenía, me entraron ganas de llorar.

    Dejé que mi cabeza cayera hacia atrás contra el cojín. Eran muchas cosas que digerir. Habían sido muchas cosas en muy poco tiempo.

    —Si quieres darte un baño o descansar, hay tiempo —me ofreció Nyktos. Lo miré y sentí un tirón en el pecho cuando nuestros ojos se cruzaron.

    —Preferiría quedarme aquí hasta que sepamos si los Hados van a responder. No quiero…

    No quería volver a mis aposentos. No quería estar sola. Tenía demasiadas cosas en la cabeza, demasiadas cosas dentro de mí.

    Se hizo el silencio en la habitación y cerré los ojos. No recordaba haberme dormido, pero debía de haberlo hecho.
  • Lilen Altamiranocompartió una citaanteayer
    —. ¿Te ha dicho lo de Odetta?

    —Sí.

    —¿Podemos hablar con ella?

    —Ha fallecido hace demasiado poco para eso —me dijo, y sentí una punzada de desilusión. Su expresión se suavizó—. Su muerte y su nuevo comienzo son demasiado recientes. Podría hacerle ansiar la vida, lo cual alteraría su paz.

    —Lo entiendo. —Una emoción agridulce me recorrió de arriba abajo. Me hubiese gustado verla, pero no quería ponerla en peligro… Espera. Miré a Nyktos con los ojos entornados—. Lo estás haciendo otra vez.

    —Perdón —murmuró, y aprovechó para darse la vuelta cuando vio que llegaba Ector con una pequeña toalla blanca y un cuenco—. Gracias.

    El dios asintió.

    —Iré a esperar a Nektas. —Giró sobre los talones, pero luego se detuvo y me miró de nuevo. Sus ojos se cruzaron con los míos al tiempo que se llevaba una mano al corazón y se inclinaba por la cintura—. Gracias por lo que hiciste por Bele. Por todos nosotros.

    Me quedé muy quieta.

    —¿Te sorprende su gratitud? —preguntó Nyktos, dejando el cuenco en la mesa al lado del vaso de whisky intacto que alguien había servido para mí—. Y no estoy leyendo tus emociones. Te has quedado boquiabierta.

    Cerré la boca de golpe y observé cómo mojaba una esquina de la toalla y se arrodillaba delante de mí.

    —¿Qué estás haciendo?

    —Limpiarte.

    —Puedo hacerlo sola. —Hice ademán de agarrar la toalla mientras Saion se movía para esperar al lado de la puerta.

    —Lo sé. —Siguió arrodillado delante de mí—. Pero quiero hacerlo yo.

    Mi corazón, mi estúpido y absurdo corazón, dio un brinco. Y si hubiese estado sola, me habría dado un puñetazo en el pecho. Este deseo suyo debía de provenir de la gratitud. No del perdón. No de la comprensión. Bajé las manos a mi regazo.

    —Entonces… uhm, ¿por qué está Ector esperando a Nektas?

    —Porque, solo por si acaso es verdad que Odetta sabía algo, he convocado a los Hados. Los Arae.

    Me dio un vuelco al corazón.

    —Creía que los Primigenios no podían dar órdenes a los Arae.

    —Por eso los he convocado. Puede que no acudan, y si no lo hacen, no puedo obligarlos a hacerlo.

    Solté el aire despacio.

    —¿Crees… crees que Odetta sabía algo? ¿Que los Hados estaban implicados en todo esto?

    —Es posible. —Retiró con cuidado mi trenza medio deshecha—. Los Arae suelen moverse sin que los veamos, pero…

    Lo miré de reojo. Ese músculo de su mandíbula se había tensado y el eather ardía con más intensidad en sus ojos.
  • Lilen Altamiranocompartió una citaanteayer
    —Nyktos —lo llamó Rhain, con una voz que sonaba llena de gravilla. Nyktos abrió los ojos y se giró hacia atrás.

    —¿Qué…? —Se calló a mitad de pregunta y se levantó despacio—. No.

    Vi primero a Ector. Estaba pálido, los ojos extrañamente vidriosos a la luz de las estrellas. Entonces me fijé en Aios que se balanceaba adelante y atrás, las mejillas húmedas. El pulso. Lo había sentido. Despacio, bajé la vista hacia Bele. Estaba demasiado quieta, demasiado pálida. Se me comprimió el corazón y a punto estuve de caer hacia delante.

    —No —repitió Nyktos. Echó a andar todo rígido hacia ellos.

    —Tuvo la daga clavada demasiado tiempo. O tocó su corazón cuando nos movieron de sitio —dijo Aios, la voz temblorosa—. Estaba luchando contra ello. La vi luchar. No se… —Un sonido quebrado silenció el resto de sus palabras.

    Nyktos se agachó al lado de Bele. No dijo nada mientras tocaba su mejilla. Su pecho se hinchó. No soltó el aire, tampoco dijo nada, pero el dolor estaba grabado en sus facciones, brutal y devastador.

    Un suave sonido vibrante atrajo mi atención hacia Nektas. Seguía sobre el estrado, y apoyó la cabeza sobre las patas delanteras. Sus ojos rojos se cruzaron con los míos.

    —Yo… yo puedo ayudarla —balbuceé, y mi corazón se aceleró. Nyktos negó con la cabeza.

    —Tienes una brasa de vida en tu interior. Eso no es suficiente para traer de vuelta a un dios.

    Me levanté, un poco inestable, pero Saion estaba ahí, sus manos aún sobre mis brazos.

    —Puedo intentarlo.

    El Primigenio sacudió la cabeza.

    —¿No puede intentarlo? —preguntó Aios, y se le cortó la respiración con un estremecimiento—. Si no funciona, no funciona. Y si se produce una onda de poder, estaremos preparados. Tenemos que intentarlo.

    Mis pasos eran vacilantes, débiles, pero noté cómo la brasa se caldeaba en mi pecho, palpitaba.

    —Quiero intentarlo. —Me agaché al lado de Nyktos. Solo entonces me soltó Saion—. Necesito hacerlo. Venían a por mí. Ella murió por mi culpa.

    Nyktos levantó la cabeza a toda velocidad hacia mí.

    —No murió por tu culpa. No te eches ese peso encima —me ordenó. Pasó un momento y entonces sus ojos se deslizaron detrás de mí, hacia los otros que no me había dado cuenta de que estaban en la sala—. Aseguraos de que los guardias del Adarve estén preparados para… bueno, para cualquier cosa. —Miró a Nektas.
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    —Deberías descansar un poco. Sé que el té puede causar somnolencia.

    —Lo sé, pero… —Nyktos arqueó una ceja, expectante. Respiré hondo—. Quiero hablar de…

    —¿De ayer por la noche?

    —Bueno, no, pero supongo que es parte del tema.

    —Lo que ocurrió ayer por la noche no volverá a ocurrir jamás —declaró Nyktos, y mis dedos se quedaron paralizados sobre mi pelo. El tono terminante de sus palabras fue como una espada—. Estarás a salvo aquí. Serás mi consorte como estaba planeado.

    Mi mano resbaló de mi pelo.

    —¿Aún me quieres como tu consorte?

    Una sonrisa tensa retorció sus labios.

    —Esto nunca ha tenido que ver con lo que ninguno de los dos queremos. Solo ha tenido que ver con lo que debe hacerse. Y si no seguimos adelante, solo ese hecho levantará demasiadas sospechas.

    Mi corazón empezó a latir con fuerza.

    —¿Seré tu consorte solo en título?

    Ladeó la cabeza.

    —¿Esperas algo más? ¿Crees que mi interés por ti supera a mi sentido común? ¿Sobre todo después de haberme enterado de tu traición?

    El aire que inspiré me abrasó las entrañas.

    —No espero nada de ti. No espero tu perdón ni tu comprensión. Solo quiero una oportunidad para…

    —¿Para hacer qué? ¿Explicarte? Es innecesario. Sé todo lo que necesito saber. Estabas dispuesta a hacer cualquier cosa por salvar a tu gente. Es algo que puedo respetar. —Su expresión era tan dura como los muros que se cerraban sobre mí—. También puedo… respetar lo lejos que estabas dispuesta a ir para cumplir este deber tuyo. Pero ¿con qué propósito? El amor nunca formó parte de esta ecuación.

    Eso lo sabía. Por todos los dioses, eso lo sabía después de todo lo que él había pasado. Era solo que no había estado dispuesta a admitirlo del todo para mí misma. No era amor lo que yo buscaba. Nunca fue amor. Aun así, era difícil decir lo que quería decir. Las palabras eran tan simples, tanto que muchas personas lo daban por sentado…
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    —¿Es algún tipo de té? —pregunté, al tiempo que cerraba los dedos en torno al recipiente caliente—. Sir Holland me preparó uno cuando tuve un dolor de cabeza parecido una vez.

    —Es té, pero dudo de que sea lo mismo —contestó Nyktos—. Esto debería aliviarte.

    —Su té hizo que se me fuese el dolor de cabeza. —Olisqueé el líquido oscuro—. Huele igual. —Bebí un sorbo y reconocí el dulce y terroso sabor mentolado—. Sabe igual. ¿Sauzgatillo? ¿Menta? ¿Y otras hierbas que no recuerdo? Y deja que lo adivine, tengo que bebérmelo todo mientras aún esté caliente.

    La sorpresa destelló en el rostro de Nyktos.

    —Sí.

    —Es lo mismo, gracias a los dioses. —Bebí un trago largo y luego me forcé a apurar el resto de la jarra.

    —Eso ha sido… impresionante —murmuró Nektas.

    —También ha dolido un poco —mascullé con voz rasposa, los ojos y la garganta escocidos—. Pero funciona, así que merece la pena.

    Nyktos recuperó la jarra vacía de mis manos.

    —¿Estás segura de que es el mismo té?

    —Sí. —Me acurruqué otra vez sobre el costado—. Es el mismo. Sir Holland me había dado una bolsita extra de hierbas por si el dolor de cabeza volvía.

    —¿Dijo por qué creía que el té funcionaría? —preguntó Nektas.

    —No que yo recuerde. —Metí las manos debajo de una almohada—. Mi madre sufre migrañas, así que a lo mejor pensó que yo tenía lo mismo y se le ocurrió que esto ayudaría.

    —Eso no tiene sentido. —Nyktos frunció el ceño mientras dejaba la jarra en la mesilla—. Es imposible que un mortal tuviese conocimiento de este tipo de té.

    Arqueé una ceja. Ya notaba que el martilleo aflojaba.

    —¿Este té es especial o algo?

    —En el mundo mortal no lo conocería nadie. —Nektas miró al Primigenio y luego su mirada se posó en mí—. ¿Estás segura de que ese sir Holland es mortal?

    —Sí. —Me reí—. Es mortal. —Miré de uno a otro—. Quizás el té sea más conocido de lo que pensáis.

    —Quizá tú estés equivocada en lo de que ese sir Holland sea mortal —replicó Nektas.
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    —Ese… ese es Hamid —murmuró Saion y, por el rabillo del ojo, lo vi girarse hacia donde había quedado tirado el hombre—. ¿Qué diablos?

    El nombre me sonaba, pero tardé un momento en ubicarlo.

    —¿El… hombre que vino a la corte a informar de la desaparición de Gemma?

    El hombre gimió y mi mirada voló por encima del hombro de Nyktos.

    —Sigue vivo —dijo Saion, al mismo tiempo que Ector daba un paso al frente. Nyktos se giró a toda velocidad.

    —No lo…

    Ocurrió en un abrir y cerrar de ojos… un fogonazo de energía blanca teñida de plata cruzó la sala de baño a la velocidad del rayo para estrellarse contra Hamid. Sobresaltada, aspiré una brusca bocanada de aire y me eché atrás. Nyktos cerró un brazo en torno a mi cintura para frenarme antes de que cayera. Me apretó contra su pecho y se puso de pie, llevándome con él. El aura de eather engulló al hombre, crepitó y chisporroteó, y después no quedó nada más que una fina capa de ceniza.

    —No sé si volveré a ser capaz de usar esta sala de baño nunca más —murmuré, y las cejas de Saion treparon por su frente cuando me miró.

    Nyktos aspiró una bocanada de aire profunda y forzada mientras las sombras huían de él para refugiarse otra vez en las paredes y los rincones.

    —Lo has matado.

    —¿No debí hacerlo? —Ector bajó la mano—. Intentó matarla y, por varias razones, no te gusta demasiado la idea.

    —Habría disfrutado a fondo de su muerte después de hablar con él. —Nyktos fulminó al dios con la mirada y ahí fue cuando me di cuenta de que no solo había matado al hombre. Había destruido su alma—. Ahora ya no se le puede interrogar.

    —Mierda. —Al parecer, Ector acababa de darse cuenta de lo mismo. Se pasó una mano por el pelo—. Puede que tenga que pensar más antes de actuar.

    —Ah, pero ¿tú piensas? —espetó Nyktos. Ector se encogió un poco.

    —¿Lo siento?

    —Vas a limpiar este destrozo —le ordenó Nyktos a Ector antes de sacarme de ahí.

    —Será un placer —comentó Ector—. Creo que voy a necesitar un cubo y una fregona. Supongo que también una escoba… —Dejó la frase a medio terminar bajo la mirada ceñuda del Primigenio—. O podría limitarme a usar unas cuantas toallas.

    Empecé a girar la cabeza hacia él, pero Nyktos me condujo hacia el diván justo cuando Rhain entraba en el dormitorio. Se paró en seco.
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    Tragué saliva a pesar del ardor en mi garganta. Lo miré. Estaba de espaldas, con un brazo estirado por encima de la cabeza y el otro descansando en el espacio entre nosotros. No tenía la vista fija en el techo. Me miraba a mí.

    —¿Cómo? —preguntó Nyktos—. ¿Cómo puedes ser tan convincente?

    Me puse tensa. Al principio pensé que se refería a lo que acabábamos de compartir, pero entonces me di cuenta de que no me estaba mirando. Me estaba estudiando, hurgaba dentro de mí. Leía.

    —Estás leyendo mis emociones.

    —Visto lo visto, ese acto ni cuenta comparado con lo que planeabas hacer tú —repuso—. ¿No crees?

    —Eso no hace que sea menos grosero —repliqué.

    —Supongo que no, pero no has contestado a mi pregunta. ¿Cómo eres tan convincente? —preguntó Nyktos—. ¿También te enseñaron a hacer eso?

    Me anegó una oleada de calor cosquilloso.

    —No me enseñaron a forzar emociones.

    Arqueó una ceja.

    —¿Seguro que no? Dime, Sera. ¿No sería eso parte de la seducción? ¿De conseguir que me enamorara de ti? ¿Hacer que creyera que sentías algo por mí?

    La culpabilidad ahogó parte de la ira, pero no toda.

    —En primer lugar, no sabíamos que podías leer emociones. De haberlo sabido, probablemente me habrían enseñado a sentir algo de un modo tan profundo que incluso yo empezara a creer que era real.

    Sus ojos refulgieron de un brillante tono plateado.

    —Segundo, ¿por qué fingiría nada de lo que siento ahora? No serviría para nada. No salvaría a mi gente, ni aunque lograra mi objetivo —señalé—. Y por último, ¿tengo que recordarte que no me digas lo que estoy sintiendo?

    La mandíbula de Nyktos se apretó y pasaron unos segundos largos antes de que apartara la cabeza.

    Contemplé las duras líneas de su rostro mientras pugnaba con el impulso de chillar. De gritar sin más, hasta tener la garganta en carne viva. De algún modo, conseguí no hacerlo.

    —¿Has tomado la sangre suficiente? Sé sincero.

    Pasó un instante.

    —Más que suficiente.

    —Bien. —Unos mechones de pelo enredados cayeron sobre mis hombros cuando me senté.

    Nyktos se puso alerta al instante mientras yo miraba a mi alrededor en busca de algo que ponerme. Mi ropa estaba hecha jirones, aunque al menos todo lo que tenía que hacer era cruzar una puerta. Empecé a arrastrarme hacia el borde de la cama…
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    La tensión que se acumulaba en lo más profundo de mi ser estalló sin previo aviso, y el placer se extendió en oleadas sucesivas. Temblé y me sacudí mientras disfrutaba de la potente liberación.

    Jadeé y boqueé en busca de aire mientras me estremecía. En cuanto las oleadas amainaron, la tensión palpitante se acumuló una vez más en mi cuello y bajo sus labios mientras él continuaba alimentándose. Discurrió por todo mi cuerpo en una serie de agudos cosquilleos. Mi corazón se aceleró cuando esa aguda tensión volvió a acumularse en el centro de mi ser.

    Nyktos hizo otro sonido contra mi cuello, un gruñido grave y retumbante que debería haberme preocupado, pero ya había superado de lejos el punto de ser cauta. Tiré de su pelo y sus dedos se clavaron en la fina tela de mi corpiño. Di un respingo con una exclamación ahogada cuando tironeó con fuerza de la parte delantera del vestido. El ruido de la tela al desgarrarse escaldó mis oídos y me provocó otra oleada de excitación. Rasgó el vestido desde el corpiño hasta la cintura, dejando al desnudo mis senos y mi vientre. Las mangas del vestido destrozado resbalaron por mis brazos. Un grito entrecortado entreabrió mis labios cuando las puntas de mis pezones rozaron contra la frialdad de su pecho empapado de sangre. Solté su pelo para sacar los brazos de las mangas. La tela se arremolinó en mis caderas.

    Quería sentir más. Quería sentirlo a él. Lo deseaba.

    Nyktos apartó la cabeza de mi cuello y, de repente, estaba mirando sus chispeantes ojos de mercurio. Estaban brillantes y llenos de vida. Ninguno de los dos dijo nada mientras mi atención bajaba hacia sus labios entreabiertos color rubí. Mis ojos siguieron bajando hacia su pecho manchado de sangre y hacia la piel que ya había empezado a sellarse y a cicatrizar. Y luego aún más abajo, a esas heridas irregulares que ahora no eran más que verdugones rosáceos que cruzaban los duros músculos de su estómago.

    Lo que había hecho mi sangre por él era milagroso. Quizás incluso más que la brasa de vida. O al menos eso fue lo que me pareció en ese momento.

    Miré aún más abajo y me sentí un poco mareada. Sin embargo, no creía que tuviera nada que ver con que se hubiese alimentado de mí. El palpitante abultamiento de su pene era visible entre las solapas de sus pantalones y la cabeza apuntaba hacia arriba en dirección a su ombligo. La punta estaba perlada de líquido viscoso mientras se estremecía.
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