—Nyktos —lo llamó Rhain, con una voz que sonaba llena de gravilla. Nyktos abrió los ojos y se giró hacia atrás.
—¿Qué…? —Se calló a mitad de pregunta y se levantó despacio—. No.
Vi primero a Ector. Estaba pálido, los ojos extrañamente vidriosos a la luz de las estrellas. Entonces me fijé en Aios que se balanceaba adelante y atrás, las mejillas húmedas. El pulso. Lo había sentido. Despacio, bajé la vista hacia Bele. Estaba demasiado quieta, demasiado pálida. Se me comprimió el corazón y a punto estuve de caer hacia delante.
—No —repitió Nyktos. Echó a andar todo rígido hacia ellos.
—Tuvo la daga clavada demasiado tiempo. O tocó su corazón cuando nos movieron de sitio —dijo Aios, la voz temblorosa—. Estaba luchando contra ello. La vi luchar. No se… —Un sonido quebrado silenció el resto de sus palabras.
Nyktos se agachó al lado de Bele. No dijo nada mientras tocaba su mejilla. Su pecho se hinchó. No soltó el aire, tampoco dijo nada, pero el dolor estaba grabado en sus facciones, brutal y devastador.
Un suave sonido vibrante atrajo mi atención hacia Nektas. Seguía sobre el estrado, y apoyó la cabeza sobre las patas delanteras. Sus ojos rojos se cruzaron con los míos.
—Yo… yo puedo ayudarla —balbuceé, y mi corazón se aceleró. Nyktos negó con la cabeza.
—Tienes una brasa de vida en tu interior. Eso no es suficiente para traer de vuelta a un dios.
Me levanté, un poco inestable, pero Saion estaba ahí, sus manos aún sobre mis brazos.
—Puedo intentarlo.
El Primigenio sacudió la cabeza.
—¿No puede intentarlo? —preguntó Aios, y se le cortó la respiración con un estremecimiento—. Si no funciona, no funciona. Y si se produce una onda de poder, estaremos preparados. Tenemos que intentarlo.
Mis pasos eran vacilantes, débiles, pero noté cómo la brasa se caldeaba en mi pecho, palpitaba.
—Quiero intentarlo. —Me agaché al lado de Nyktos. Solo entonces me soltó Saion—. Necesito hacerlo. Venían a por mí. Ella murió por mi culpa.
Nyktos levantó la cabeza a toda velocidad hacia mí.
—No murió por tu culpa. No te eches ese peso encima —me ordenó. Pasó un momento y entonces sus ojos se deslizaron detrás de mí, hacia los otros que no me había dado cuenta de que estaban en la sala—. Aseguraos de que los guardias del Adarve estén preparados para… bueno, para cualquier cosa. —Miró a Nektas.