En un instante, me doy cuenta de lo que está planeando y empiezo a serpentear y retorcerme salvajemente tratando de librarme de mis pantalones cortos de una patada y gritando a través de la mordaza: — No te atrevas — aunque me sale más como — Mo le alevas.
Callum levanta una mano grande y fuerte y la lleva silbando hacia mi trasero. Hay un sonido agudo y crujiente, casi tan fuerte como el disparo de la cocina, y luego, un instante después, el dolor punzante y caliente me golpea.