La Caída

Pronuncie usted mismo las palabras que, desde hace años, no han dejado de resonarme en las noches, y que yo podré decir al fin por su boca: «¡Oh, muchacha, arrójate de nuevo en el agua para que yo tenga, una segunda vez, la oportunidad de salvarnos los dos!». Una segunda oportunidad, ¿eh?, ¡qué imprudencia! ¿Se imagina, estimado colega, si nos toman la palabra? Habría que cumplirla. ¡Brr…!, ¡el agua está tan fría! ¡Pero tranquilicémonos! Ahora ya es demasiado tarde, siempre será demasiado tarde. ¡Felizmente!

silencio que le siguió, en medio de la noche repentinamente detenida, me pareció interminable. Quise correr pero no me moví. Creo que temblaba, por el frío y por la impresión. Me decía a mí mismo que había que actuar rápido pero sentía que a mi cuerpo lo invadía una irresistible debilidad. He olvidado lo que pensé entonces. «Demasiado tarde, demasiado lejos…», o algo parecido.

¿Pero sabe usted por qué somos más justos y más generosos con los muertos? ¡La razón es simple! Con ellos no tenemos obligaciones.

Unos gritan: «¡Quiéreme!». Otros: «¡No me quieras!». Pero cierta raza, la peor y más desgraciada: «¡No me quieras, pero seme fiel!».

Usted debe haber observado que los hombres que verdaderamente sufren de celos, son siempre, sin embargo, los más apurados por acostarse con aquella mujer que piensan que los ha traicionado. Buscan, sin duda, asegurarse una vez más de que su querido tesoro les sigue perteneciendo. Quieren poseerla, como se dice. Enseguida después de lograrlo, se vuelven menos celosos

Uno juega a ser inmortal y, al cabo de algunas semanas, uno ni siquiera sabe si podrá durar hasta el día siguiente

«¡Oh, muchacha, arrójate de nuevo en el agua para que yo tenga, una segunda vez, la oportunidad de salvarnos los dos!».

podrían decapitarme, por ejemplo, y nunca más tendría miedo a morir, estaría salvado. Entonces usted levantaría mi cabeza, todavía fresca, por encima de la gran concentración popular para que se reconozcan en ella, y yo nuevamente, con mi ejemplo, los domine.

Solo la confesión de mis faltas me permite recomenzar más aligerado y gozar doblemente, de mi naturaleza, primero, y de un agradable arrepentimiento después.

mayoría de las personas son más sentimentales que inteligentes; enseguida se desorientan.