Otra ley, sin embargo, exactamente contraria: imaginar que, cuando se vuelve a una ciudad que se dejó hace mucho tiempo, se encontrará a la gente igual, que son inmutables. En ambos casos, el mismo desconocimiento de la realidad y el yo como única medida: en el primero, identificación de todos los demás consigo mismo; en el segundo, el deseo de recuperar el yo de antaño a través de seres cuya imagen ha quedado congelada para siempre al irse uno de la ciudad.