Un día en la vida de un virus

Cuando nos lavamos las manos, los virus envueltos en membrana se destruyen más fácilmente que otros tipos porque el jabón está formado por moléculas que son grandes expertas en disolver otras, como los lípidos de las membranas víricas. Las membranas de los virus proceden originalmente de nuestras células, pero al lavarnos con jabón no atacamos nuestra piel porque nuestra capa más externa ya está muerta y formada por capas de células deshidratadas y endurecidas.

No tenemos claro si los virus son seres vivos o sólo una «química» muy cerca de poder llamarse «biología», quizá nunca nos pongamos de acuerdo, pero todo lo que sea pensar y estudiar sobre ellos puede que algún día nos resulte útil.

Muchos sabios se han encargado de recordarnos que la vida es un fenómeno que no somos capaces de definir. Sabemos que la vida no se puede crear, los seres vivos solamente podemos transmitirla y el ADN es el guardián de la receta para hacerlo. Afortunadamente, la fórmula se refugia en miles de millones de seres capaces de conservarla y legarla. Los átomos entran y salen de la vida al compás del ADN.

Los virus resultarían los ganadores de un reality show que retase a ver quién puede sobrevivir con menos; eso sí, ganarían aprovechándose de otros que trabajarían para ellos.

Desde el origen de la vida, el AxN ha realizado tareas de gestión para garantizar la supervivencia y reproducción de la célula que lo aloja, lo cual garantiza la suya propia. Ésa es su magia inconsciente.

Por último, en el ámbito científico, la capacidad infecciosa de los virus es manipulada en el laboratorio para atacar específicamente células cancerígenas o transportar genes concretos a células necesitadas.

En cualquier caso, tener regiones enteras posiblemente inútiles en el ADN no debería extrañarnos, dado que la evolución no se diseñó en la mesa de un ingeniero. Es como llevar en los bolsillos pequeños de tu mochila un montón de objetos olvidados: un billete caducado, una cuerda, una pila y un polvorón petrificado. Aparentemente no valen para nada, pero tampoco molestan.

La ciencia necesita llevar ventaja cuando surgen nuevos problemas, los plazos en investigación son largos y estar preparados implica financiar cientos de proyectos cuya utilidad podemos desconocer, o solamente intuir, en el momento de iniciarlos. Antes de una pandemia, ¿no es fácil pensar que es una tontería dedicar nuestros impuestos a investigar virus de murciélago?

De hecho, si la epidemia del XicuV se volviese un problema reiterado, trascendente para la supervivencia de la humanidad a lo largo de varias generaciones, los individuos mutantes portadores del ADN que da lugar a la benéfica proteína «Tuerca-» tendrían más posibilidades de reproducirse que el resto (porque tendrían más posibilidades de sobrevivir)

habitualmente los medicamentos más eficaces contra los virus son aquellos que interfieren en cualquiera de las actividades del virus. Un fármaco que impida la consecución de una etapa fundamental, como la unión con el receptor, la entrada en la célula, la replicación o el ensamblado del virus, detendrá la progresión de éste impidiendo su voracidad.