No habíamos previsto que aquellas incursiones en la vida personal serían parte del seminario, pero acabaron infiltrándose en nuestros diálogos y estimularon otras incursiones posteriores. Empezábamos con abstracciones y terminábamos introduciéndonos en el reino de nuestras experiencias personales. Hablábamos sobre casos diferentes, en los cuales el juez no había visto que los malos tratos, tanto psicológicos como físicos, fueran un motivo suficiente de divorcio. Hablábamos de casos en los que el juez no solo había rechazado la petición de divorcio de la mujer, sino que además había intentado hacerla responsable de las palizas de su marido y le había ordenado que reflexionara sobre las fechorías que había cometido para suscitar el malestar de su esposo. Bromeábamos sobre el juez diciendo que acostumbraba a golpear regularmente a su mujer. En nuestro caso, la justicia era realmente ciega; en cuanto al maltrato a las mujeres, no conocía religión, ni raza, ni credo.