Cada vez que escribimos un verso, nos despojamos de una liana que nos aprisiona y la convertimos en tinta, quizá para liberarnos, quizá para reconocernos o desconocernos en ella, quizá incluso para pedir ayuda. A veces, también, por el simple hecho de ver de qué manera aquello que parece indecible e inenarrable encuentra su palabra justa.
En este poemario, dividido en cuatro partes, nos encontramos con la franqueza, con la imagen hecha metáfora y con ese sentimiento que es tan íntimo que impide banalizarlo.
Con el correr de las páginas, uno se va adentrando más y más en esa sensación, cada pausa es un suspiro, y solo hay una manera de terminar la lectura de estos versos: sintiéndote otra persona.