Amy Tintera

Ruina

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  • Abel Castillo shotocompartió una citael año pasado
    como resortes, y la espada cayó al suelo con estrépito.

    Pipipi

  • Solcompartió una citael año pasado
    Abrió las esposas, tomó a Olivia de las manos y la jaló para levantarla.
    —¿Puedes caminar? —preguntó con las manos en las mejillas de su hermana—. Di algo, me estás asustando.
    Olivia arrugó el rostro, miró hacia la celda de Cas y Galo, y luego volteó hacia Em para preguntarle en un susurro:
    —¿De verdad te casaste con él?
    Em rio, pero el sonido se apagó cuando escuchó gritos arriba. Sobre ellos se escucharon varias pisadas. Olivia levantó la barbilla y ladeó la cabeza interesada en el ruido.
    —Em, si los guerreros nos acorralan aquí abajo… —le dijo Cas con expresión suplicante—. Es la llave roja.
    Corrió a la celda de Cas y la abrió. Él salió y la tomó de las manos.
    —Siento muchísimo que le hayan hecho esto a Olivia —dijo en voz baja.
    Em sacudió la cabeza.
    —No es tu culpa.
    —Claro que es su culpa —dijo Olivia a sus espaldas.
    Em se volvió hacia Olivia.
    —Te lo explico más adelante. Los guerreros de Olso sitiarán el fuerte y debemos salir de aquí —le dijo.
    Los ojos de Olivia se iluminaron.
    —¿En verdad?
    Em pasó por encima del guardia muerto y subió corriendo por las escaleras con Cas y Galo siguiéndole de cerca. Olivia respiró hondo cuando entraron en la sala.
    —Ah, mucho mejor —dijo suspirando—. ¿Oliste la debilita allá abajo? Cubrieron las celdas. Llevo un año prácticamente sin poder respirar.
  • Solcompartió una citael año pasado
    La abrazó con fuerza. Volvería a salvarla, una y otra vez, por muy enojado que estuviera con ella.
    —¿Puedes nadar? —le preguntó en voz baja.
    Ella asintió. Los dedos de Cas rozaron su brazo bajo el agua mientras ella se desprendía de él. Nadó lento. Cas se mantuvo a su lado hasta que llegaron a la ribera. En cuanto salió del agua, Cas se aferró a su espada, aliviado de no haberla perdido.
    Em tenía el vestido pegado a todas las curvas de su cuerpo. Él intentó apartar la mirada, pero le resultaba difícil concentrarse en nada que no fuera ella. Em volteó y sus miradas se encontraron. Su expresión debió haberlo delatado, porque ella se sonrojó.
    No lo vería así si no sintiera nada por él. Estaba casi seguro, pero el pequeño resquicio de duda lo hacía querer gritar.
  • Solcompartió una citael año pasado
    —¿En verdad no tienes un poder ruino? —preguntó él.
    —No —dijo ella sacudiendo la cabeza.
    —¿Tu madre tenía la intención de que tú heredaras el trono? —preguntó.
    —No, Olivia era la siguiente en la línea de sucesión. Se esperaba que yo fuera su consejera más cercana —dijo Em mientras pasaba la punta de los dedos por el agua—. Por mí estaba bien.
    —¿En verdad? —dijo él arqueando las cejas.
    —Sí. Ella es todavía más poderosa de lo que fue mi madre. Nuestra gente no debió haberme negado el trono después de que se llevaron a Olivia, pero yo nunca cuestioné que fuera ella quien gobernara cuando todavía estaba allí.
    —¿El poder ruino es lo único que importa a la hora de heredar el trono? —preguntó él, escéptico.
    Ella se encogió de hombros.
    —Es tan arbitrario como ser el primogénito.
    —Supongo que sí —dijo Cas. Era la primera vez que la miraba desde que había iniciado esa conversación—. ¿Tu madre estaba decepcionada?
    Em sacudió la cabeza.
    —No. Ella creía que yo tenía otros poderes. No mágicos, quiero decir.
    —¿Como qué?
    —Decía que ser racional y tranquila eran mis poderes. La capacidad de hacer que la gente me temiera. Decía que eso lo había heredado de ella. Al parecer tenía para mí grandes proyectos, como dirigir ejércitos y trabajar como especialista en extracciones.
    —Especialista en extracciones —repitió Cas.
    —Extraer información de la gente —explicó. Se le retorció el estómago y tuvo que desviar la mirada. ¿Su madre le habría permitido elegir o ése habría sido su trabajo, le gustara o no?
    —Mi padre siempre decía que la extracción era la especialidad de Wenda —dijo Cas en un tono que revelaba cierto resentimiento.
    Em miró el agua fijamente y deseó que él no hubiera preguntado sobre su madre.
    —Él decía que sus métodos de tortura eran diferentes a cualquier cosa que hubiera visto. Era una de las razones por las que tuvo que invadir.
    —¿Y también por eso se llevó a Olivia? —dijo Em bruscamente.
    —Tal vez temía que sus hijas fueran como ella, tomando en cuenta que ya estaba preparando a una para una carrera en la tortura —dijo con voz más alta y moviendo más rápido los remos.
    —¡Se me ocurren cosas peores que ser como mi madre! —en cuanto el grito salió de su boca se arrepintió, pero el enojo se arremolinaba dentro de ella con tal furor que era imposible echarse atrás.
    —Y a mí, de hecho, no se me ocurre nada peor —soltó él—. Torturaba a la gente por diversión…
    —¡Tu padre torturó a uno de mis mejores amigos! —interrumpió Em.
    —¡Y tu madre habría torturado a toda la gente de Lera si hubiera tenido oportunidad!
    —Y, bueno, no la tuvo, ¿cierto? —gritó Em.
    —Quizás eso no es algo tan malo —dijo Cas con dureza.
    —Qué bonito. Por favor, sigue hablando de lo grandioso que te parece que mi madre esté muerta.
  • Solcompartió una citael año pasado
    —De acuerdo, pero ¿puedo explicar algo?
    Él se encogió de hombros, o algo así, sin querer acceder pero con demasiada curiosidad para no dejar que hablara.
    —Nada de esto tenía que ver contigo —dijo en voz baja—. Lamento haberte usado. Tú…
    —Tuviste que casarte conmigo, pero ¿no tenía que ver conmigo? —interrumpió.
    —Sabes a qué me refiero. Lamento si tuve que lastimarte para…
    —No me lastimaste a mí —dijo Cas bruscamente—: lastimaste a mi reino.
    Ella frotó su collar con los dedos, mirando al suelo.
    Él quería preguntarle por qué no le había advertido del ataque. Quería preguntar si era un idiota redomado por creer que ella se había encariñado con él a pesar de todo. Quería saber cómo había podido dejarlo ahí para que muriera si en verdad lo quería.
    No encontró cómo decirlo. Tal vez no quería conocer la respuesta.
    —Estaba intentando huir lo más pronto posible —dijo Em con la voz un poco temblorosa—. Me habría ido en unos días si no hubiera sido por esa pintura.
    Él la miró furioso.
    —¿Se supone que debo sentirme mejor porque estabas triste y querías escapar?
    —No es eso lo que quise decir.
    —Sé lo que quisiste decir.
    —¡No, no lo sabes! —dijo alzando la voz—. Pensaba que serías igual a tu padre. No esperaba que fueras… que fueras…
    Em se retorció las manos y frunció el ceño. Cas estaba jadeante. Todo él estaba esperando, deseando, suplicando que le dijera que se había enamorado de él, que confesara que sus sentimientos habían sido verdaderos y que no estaba fingiendo sólo para obtener información.
    Cas sentía ganas de reír al verse en un estado tan lastimoso. ¿De verdad deseaba que una joven que había conspirado para destruir su reino estuviera enamorada de él?
    —¿Y bien? —preguntó cuando ella siguió en silencio—. ¿No esperabas que yo fuera qué? ¿Crédulo? ¿Estúpido?
    —¡Bueno, razonable, considerado! —respondió Em prácticamente gritando. Le lanzó las palabras como si fueran insultos, y él no supo cómo reaccionar.
    Em se dio la media vuelta y siguió caminando sin esperar respuesta. Él permaneció unos momentos vacilante, meditando el significado de sus palabras.
    Bueno, razonable, considerado. No era amor ni la admisión de sentimientos desbordantes y apasionados, pero se percató de que le gustaban más esas tres palabras. Amor habría sido fácil, otra mentira en una larga cadena de engaños. Amor habría sido fácil de desestimar.
    En cambio, de bueno, razonable y considerado no podía hacerse caso omiso. Esas tres palabras se las ingeniaron para entrar en él, instalarse y respirar en medio del dolor que anidaba en su pecho.
  • Solcompartió una citael año pasado
    —En un bote sería más fácil.
    Em bebió agua y le pasó la cantimplora a Cas, luego se secó la boca con la mano.
    —Por supuesto, pero no tenemos bote.
    —Mucha de la gente de los alrededores tiene botes de remos —dijo—. Lo recuerdo de mi última visita a Ciudad Gallego. Podríamos robar uno.
    —Seguro, podríamos intentarlo.
    —Hay algo que quiero dejar claro —dijo él despacio—. Los soldados de Lera tienen órdenes de darte caza para ejecutarte.
    —Eso supuse.
    —Deberías ser llevada a un tribunal por lo que hiciste.
    —Y tu padre debería ser llevado a un tribunal por lo que hizo —respondió sosteniéndole la mirada.
    —Eso no justifica lo que hiciste.
    —No estoy diciendo que así sea. Sólo estoy señalando los hechos.
    Cien emociones diferentes se apoderaron del pecho de Cas al mismo tiempo: ira, culpa, tristeza, impotencia; intentó aferrarse a una. La ira era la más fácil. La ira cubriría todas las otras emociones, se las tragaría completas, y lo dejaría con nada más que un fuego encendido en el vientre.
    Pero un rey debía conservar la calma. Ser racional. Necesitaba actuar como un rey.
  • Solcompartió una citael año pasado
    Ella se movía con soltura por la selva, incluso con su vestido. Las pisadas de sus botas casi no hacían ruido, y Cas observó que esquivaba ramitas y hojas que él no habría dudado en pisar. Siguió su ejemplo y pisó encima de las huellas de ella, más pequeñas.
    —¿Todo esto fue por Olivia? —preguntó Cas de pronto. Las palabras salieron disparadas de su boca como si se negaran a quedar contenidas un instante más.
    —Sí —dijo ella sin voltear—. Y un poco por venganza, para ser honesta.
    —¿Y si hubieras muerto en el castillo? ¿Y si no hubieras escapado a tiempo? Debías saber que eso era una posibilidad.
    Em lo miró.
    —Era más que una posibilidad. Por eso estaba Aren allí. Nuestra esperanza era que uno de nosotros consiguiera salir. Dada la fuerza de su magia ruina, yo apostaba por él —dijo encogiéndose de hombros—. Y si eso fallaba, yo por lo menos tenía a los guerreros y una promesa del rey de Olso para hacer todo lo posible por impedir que Lera ejecutara a todos los ruinos.
  • Solcompartió una citael año pasado
    Se le fue el alma al suelo.
    Era Cas, de rodillas, con una espada contra el cuello. Un hombre armado y con expresión decidida se preparaba para cortarle el cuello.
    Comenzó a moverse antes de darse cuenta de que iba hacia él, sin hacer caso de los gritos a sus espaldas.
    De repente ya no vio a Cas, y por un terrible instante pensó que el hombre había conseguido matarlo, pero Cas se alejó de la cuchilla y se levantó de un brinco a una velocidad que Em nunca había visto. Y ella que creía que cuando pelearon con espadas él había dado todo de sí.
    Em saltó sobre una vid, con los dedos sudorosos en la empuñadura de su espada. Cas arrojó su cuerpo contra el hombre y ambos cayeron.
    Cas se puso en pie. Tenía la espada en las manos. Em, a unos pasos de él, se detuvo tras un resbalón, justo a tiempo para ver cómo Cas hundía la espada en el pecho del hombre.
    Cas se dio la vuelta, con la espada llena de sangre aún suspendida en lo alto frente a él. Sus miradas se encontraron.
    Estaba sucio, con los pantalones manchados de algo oscuro, probablemente sangre. Llevaba una camisa azul del personal del castillo abotonada a la mitad y llena de mugre. Tenía unas grandes ojeras oscuras. Había envejecido no tres días sino tres años.
    Se le crispó el rostro, y Em pudo sentir cuánto la odiaba. La odiaba con todo su ser, la odiaba con una intensidad para ella desconocida.
    La embistió, y Em levantó la espada justo a tiempo para bloquear el ataque. El ruido de sus espadas resonó en todo el bosque. A Em el corazón le empezó a latir tan fuerte que sintió náuseas.
    —Cas… —dijo Em, tragándose las palabras cuando él cargó contra ella.
    Cas le hizo un corte en el cuello con la cuchilla y Em retrocedió.
    Él la siguió, blandiendo la espada peligrosamente cerca de su pecho. Ella la bloqueó y levantó su espada para protegerse del siguiente ataque.
    Cas le lanzó una patada a la rodilla. A Em se le doblaron las piernas y se desplomó, pero sin dejar de empuñar firmemente la espada. Apenas logró levantarse.
    Cas tenía la espada apuntándole al cuello.
    Em tomó aire. Cas estaba jadeando, con la expresión crispada y furiosa. No sólo estaba enojado: iba a matarla.
    Ella pensó en disculparse, pero no estaba segura de querer que ésas fueran sus últimas palabras.
    La cuchilla frente a ella tembló ligeramente, y Em levantó la mirada hacia Cas. Él apretó los labios. Una tristísima expresión de derrota le surcó el semblante.
    Empezó a bajar la espada.
    El cuerpo de Em se desplomó aliviado. Ella abrió la boca, buscando desesperadamente qué decir para que él no cambiara de opinión y la matara de inmediato.
    —Yo…
    Sus palabras acabaron en un grito ahogado cuando una flecha pasó zumbando frente a ella. Cas tropezó cuando se le hundió en la carne.
  • Solcompartió una citael año pasado
    —Cierra la puerta —dijo su madre.
    Él la cerró de golpe y el sonido resonó por toda la habitación.
    —¿Todo bien?
    —Llegó la pintura —su madre tenía los labios rígidos, y había en su semblante una expresión que él no había visto nunca. Si su madre hubiera tenido una espada, él habría dado un paso atrás.
    —¿El de Mary y sus padres?
    Miró la pintura con los ojos entrecerrados. Nunca había visto al rey y a la reina de Vallos, pero no creía que esa joven de cabello oscuro fuera Mary. Tenía la piel más blanca, los ojos más claros, y rasgos delicados y elegantes, como si pudiera romperse con un fuerte empujón. El hombre y la mujer estaban en pie detrás de ella. El hombre tenía unas cejas muy tupidas, y llevaba el cabello castaño claro recogido en la nuca. La mujer era tan blanca y delgada como su hija.
    —Creo que les mintieron —dijo Cas—, pero era un lindo detalle.
    Su madre empezó a respirar agitadamente, como si hubiera estado corriendo.
    —No enviaron la pintura equivocada. Éstos son el rey y la reina de Vallos.
    —¿Entonces ella quién es? —preguntó Cas señalando a la joven.
    —¡Ya despierta, Casimir! —dijo su padre bruscamente.
    —Es Mary —dijo la reina con voz temblorosa. Apretó los puños en sus costados—. La pregunta es: ¿quién es la mujer con la que te casaste?
    El mundo se inclinó y Cas se sostuvo de la orilla de la silla mientras se sentaba. Era absurdo. ¿Quién tomaría su lugar? ¿Por qué? ¿Dónde estaba la verdadera Mary?
    Sobre todo, ¿quién había dormido en su cama la noche anterior?
    —¿Por qué? —consiguió decir entrecortadamente. Su boca no podía formar ninguna otra palabra.
  • Solcompartió una citael año pasado
    os ruinos no son individuos. Siempre actúan como una unidad. Éste es el único al que has conocido —dijo señalando adonde Damian había desaparecido bajo tierra—. Tú no entiendes.
    —Que no esté de acuerdo contigo no significa que no entienda.
    Al rey le tembló la mandíbula.
    —¿De qué se trata todo esto? ¿Esto es lo que Mary piensa?
    —Esto es lo que yo pienso.
    —Qué coincidencia que lo declares unas semanas después de haberte casado con esa joven —dijo esa joven como si fuera una mala palabra.
    —La joven con la que me ordenaste que me casara —le recordó Cas.
    El rey gruñó.
    —No se parece en nada a sus padres. Posiblemente se olvidó de ellos por completo después de su muerte, porque ellos aborrecían a los ruinos —suspiró profundamente—. Me equivoqué en hacer que te casaras con ella antes de conocerla. De haber sabido…
    —¿Qué? —Cas empezó a encolerizarse—. ¿Que podía pensar por sí misma? ¿Que nos cuestionaría en lugar de estar de acuerdo con todo lo que dijéramos?
    El rey se quedó pensando, con el ceño fruncido y acariciándose la barba.
    —Quizás haya una manera de liberarte.
    Cas se echó atrás. Las palabras fueron como una bofetada. Le entró un pánico inesperado de sólo pensar en perder a Mary.
    —Tú no tienes permiso de opinar sobre mi matrimonio —dijo Cas con voz gélida—. Ahora ese contrato es algo entre Mary y yo, ¿entiendes?
    Su padre estaba estupefacto y parecía no saber cómo contestar a eso.
    —Voy abajo a hablar con Damian —dijo Cas—. Tal vez me diga si en verdad ha cometido algún delito. Si lo ha hecho, entonces hablaremos del castigo apropiado, pero si no, estamos reteniendo y torturando a un hombre que no ha hecho nada malo. No sé qué es más espeluznante: nuestras acciones, o el hecho de que no parezcas preocupado en lo absoluto por ellas.
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