Qué había detrás de esa violencia que ellos solían llamar «fantasía» o «delirio entre amigos»? Una traición, tal vez. Como un eco de la que se producía en la adolescencia, cuando el chaval perdía fe en su madre porque experimentaba con las chicas, potencialmente futuras madres, cosas inconfesables. ¿Podía ser todo eso la consecuencia de una simple desilusión? ¿La de unos pobres niños que se negaban a creer que sus adoradas mamás hubieran podido «retozar» antes de concebir? ¿O, peor aún, mientras concebían? ¿Acaso los hombres no podían hacerse a la idea de que quizá eran más el fruto de un coito en la posición del perrito que a través de una sábana con un agujero? ¿Era eso, entonces, lo que se les reprochaba a las mujeres? ¿Ser mujeres? ¿De la cabeza a los pies?