La segunda forma en que Buda nos enseñó a ser conscientes del cuerpo en el cuerpo es reconociendo todas sus partes, desde la coronilla hasta la planta de los pies. Si tenemos el pelo rubio, lo reconocemos y le sonreímos. Si es canoso, lo reconocemos y le sonreímos. Observamos si nuestra frente está relajada o si tiene arrugas. A través de nuestra atención sentimos la nariz, la boca, los brazos, el corazón, los pulmones, la sangre y todo lo demás. Buda describe la práctica de reconocer treinta y dos partes de nuestro cuerpo como si fuéramos un campesino que se dirige al granero, saca un gran saco lleno de judías, cereales y semillas, lo deja en el suelo, lo abre y mientras vierte el contenido reconoce el arroz como arroz, las judías como judías, el sésamo como sésamo, etcétera. De ese modo, reconocemos los ojos como ojos y los pulmones como pulmones. Podemos practicarlo mientras meditamos sentados o mientras estamos tumbados. Escrutar de ese modo nuestro cuerpo con toda atención puede llevarnos media hora. Mientras observas cada parte del cuerpo, sonríeles. El amor e interés de esta meditación pueden realizar la labor de curar.