Me detuve y comencé a acariciar los senos de Aria, esperando que eso le permitiera a su cuerpo adaptarse a la penetración.
—Eres tan hermosa —le susurré al oído, sin saber siquiera de dónde venían esas palabras. Nunca había hablado con dulzura a una mujer. En todo caso, les decía cómo quería follarlas—. Tan perfecta, principessa.
Mis palabras finalmente hicieron que Aria se relaje y sus ojos resplandecieron con agradecimiento. No debería haber sentido eso por mí, no cuando era quien la lastimaba, quien la empujaba más allá de sus límites porque no quería esperar más para reclamarla. Sabía todo eso y aun así no me detuve, maldita sea, no podía parar. La necesidad de tener finalmente a esta mujer era demasiado fuerte, y era un bastardo.
Metí mi polla más profundamente en ella y se tensó una vez más. Besándola, jadeé:
—Ya casi. —Era una puta mentira. Ni siquiera estaba a mitad de camino. Moví una mano entre nosotros y froté su clítoris, con la esperanza de que se relaje con placer.
Aria soltó un pequeño resoplido, sus labios separándose, y vacilantes chispas de placer se reflejaron en su rostro.
Pronto Aria se ablandó a mi alrededor y dejó escapar gemidos vacilantes.
No le advertí cuando empujé el resto del camino en ella, rompiendo la resistencia de su cuerpo con más fuerza de la que había planeado. Aria se arqueó debajo de mí, jadeando, sus ojos cerrándose bajo la fuerza del dolor. Me quedé inmóvil, abrumado por las sensaciones de su estrechez y la expresión de dolor en su rostro. Se apretó contra mí, su respiración áspera contra mi garganta, su cuerpo temblando.
Me deslizaba para salir lentamente, pero ella se atragantó:
—Por favor, no te muevas.
Me quedé inmóvil ante la nota de mendicidad en la voz de mi esposa. Me levanté y alcé su cara hacia la mía. Le tomó un momento antes de encontrarse con mi mirada. Sus ojos estaban llorosos y llenos de aguda vergüenza. Tragó con fuerza.
—¿Te duele tanto?
—No, no mucho. —Hizo una mueca, tensándose aún más alrededor de mi polla, enviando una ráfaga de placer a través de mi cuerpo—. Está bien, Luca. Solo muévete. No voy a enojarme contigo. No tienes que contenerte por mí. Solo acaba de una vez.
Miré a mi esposa, dándome cuenta de lo mucho que odiaba la idea de lastimarla.
—¿Crees que quiero usarte de esa forma? Puedo ver lo jodidamente doloroso que es. He hecho muchas cosas horribles en mi vida, pero no voy a añadir eso a mi lista.