Lizeth D

Cora Reilly – Born in Blood Mafia Chronicles 0.5

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  • Brittany Funescompartió una citael año pasado
    Aria contuvo el aliento cuando la llené por completo, mis bolas descansando contra sus nalgas firmes. Acuné su cabeza, sosteniendo su suave mirada cuando comencé a embestir en su interior a ritmo lento y cuidadoso. Su cuerpo aún se tensaba de incomodidad, pero podía sentir sus paredes aflojándose a mi alrededor lentamente. Me estrellé un poco más fuerte contra ella, pero el estremecimiento inmediato de Aria y la forma en que sus dedos se clavaron en mis bíceps me hicieron ir lento otra vez.

    Esta noche no se trataba de follar duro y con ira. Presioné mi boca contra su oreja.

    —Me encanta tu sabor, principessa. Me encanta cómo montaste mi maldita boca. Me encanta mi lengua en ti. Me encanta tu coño y tus tetas, y me encanta que eres toda mía. —Seguí embistiendo lenta y constantemente, mientras le susurraba al oído, diciéndole exactamente lo mucho que me encantaba devorarla. Y maldita sea, funcionó. El canal de Aria se volvió más resbaladizo y mi polla se movió más fácilmente dentro y fuera de ella.

    Mi dedo encontró su clítoris y comencé a burlarlo. Aria gimió, el placer reflejándose en su rostro.
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    Aria me observó, luego tomó su propio café y caminó hacia el taburete. Su andar fue ligeramente torpe y, por supuesto, tanto Romero como Matteo se dieron cuenta. Como mafiosos, nos habían enseñado durante años a notar el cambio más leve en el comportamiento de los demás, ya que eso generalmente significaba peligro.

    Aria notó su atención y se puso de un color rojo brillante, sus ojos lanzándose hacia mí, después bajaron a sus manos aferrando la taza rápidamente. Una sonrisa curvó mis labios. Era jodidamente linda cuando estaba avergonzada.

    Romero entrecerró los ojos confundido, pero Matteo me dio su puta sonrisa de tiburón.

    —Veo que finalmente has dado un paseo por tierra sin descubrir —dijo.

    Aria dejó su taza con un sonido sordo, su expresión cayendo en horror abierto.

    Iba a matar a Matteo.

    —¿Por qué no mantienes tu puta boca cerrada? —gruñí. Hirviendo, contemplé a Romero, intentando evaluar si había entendido el estúpido comentario de Matteo. La expresión de Romero lucía cuidadosamente en blanco, pero no me estaba engañando. Sabía exactamente lo que había querido decir Matteo, especialmente considerando el comportamiento de Aria. Maldición.
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    —En una escala del uno al diez, ¿cómo de duro fuiste? La verdad —preguntó Aria con voz burlona.

    Consideré mentir, pero por alguna razón no quise hacerlo. Quería que Aria supiera la verdad sobre cada aspecto de mí, lo malo, lo peor. Ni siquiera estaba seguro de por qué. Nunca me había molestado en compartir algo con nadie, excepto con Matteo.

    —Dos —respondí, observándola de cerca mientras lo hacía. Ella se tensó, el shock destellando en su rostro. Fui tan amable con ella como era capaz de serlo. Nunca había estado tan cerca de alguien mientras tenía relaciones sexuales, nunca había ido tan lento, ni había intentado prestar atención a las expresiones faciales de una mujer para asegurarme que estaba bien.

    —¿Dos?

    —Tenemos tiempo, seré tan amable como necesites. —Mierda, y era la más pura verdad de Dios. Si Aria lo necesitaba, iría por la rutina vainilla durante meses.

    Aria sonrió de una manera que me atravesó por completo. Era una mirada que quería ver tan a menudo como fuera posible.

    —No puedo creer que Luca, El Tenazas, Vitiello haya dicho “amable”.

    Mis hombres no lo creerían si alguien les dijera que podía ser amable. Y mi padre, mi maldito padre, perdería la razón. Me exigiría que me hiciera crecer un puto par y obligara a mi esposa a golpes a someterse. Nunca había entendido que no mostraba fuerza abusar de alguien que no podía protegerse a sí mismo, alguien destinado a estar bajo tu protección. Un hombre debería saber a quién tratar con cuidado y a quién aplastar. Toqué la mejilla de Aria y me incliné, murmurando:

    —Será nuestro secreto. —Tenía que serlo. Nadie podía saberlo. Si mi padre consideraba a Aria un riesgo para mi crueldad, la mataría de inmediato. Y yo terminaría con su miserable vida, le mostraría la misma veta sádica que había corrido profundamente en mis venas, pero eso no salvaría a Aria.

    Nada jamás le pasaría a ella. No mientras estuviera vivo. Mataría a cualquiera que se atreviera a considerar lastimarla.

    Aria asintió, su expresión suavizándose.

    —Gracias por ser amable. Nunca pensé que lo serías.

    —Créeme, nadie está más sorprendido que yo de esto —dije. La amabilidad no estaba en mi naturaleza, nunca lo había estado, y dudaba que alguien más que Aria alguna vez la experimentara.
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    Me hundí junto a mi esposa y le separé las piernas con suavidad. Su coño estaba hinchado y manchado con sangre. La vista apretó mi pecho porque era otro recordatorio de lo doloroso que había sido para ella. Provocar dolor era algo en lo que siempre había sido bueno. Presioné la tela contra su carne adolorida, ganando un jadeo.

    Besé su rodilla, jodidamente aliviado de que esta no fuera nuestra noche de bodas, de que no tuviera que presentar estas sábanas.

    —Eres mucho más ceñida de lo que pensaba —dije en voz baja. El rojo en las mejillas de Aria se tornó más pronunciado. Deseché la toallita antes de presionar mi palma contra su vientre. Sus músculos se contrajeron bajo el toque y tuve que resistir el impulso de deslizarme hacia abajo otra vez. Aria no estaría lista para el sexo en un tiempo—. ¿Qué tan malo es? —pregunté.

    Aria se estiró en el colchón delante de mí.

    —No tan mal. ¿Cómo puedo quejarme cuando tú estás cubierto de cicatrices de cuchillos y heridas de bala?

    Negué con la cabeza. Ese no era el punto. No estaba destinada a experimentar dolor. Jamás. No lo permitiría.

    —No estamos hablando de mí. Quiero saber cómo te sientes, Aria. En una escala del uno al diez, ¿cuánto te duele?

    —¿Ahora? ¿Cinco?

    Mierda. ¿Ahora cinco? Había esperado cinco durante. Me acosté a su lado y envolví un brazo alrededor de ella. Me contempló con un toque de timidez y un destello de alivio. Alivio porque consiguió y terminó con su primera vez. No un pensamiento de lo más alentador.

    —¿Y durante?

    Aria miró hacia otro lado, lamiéndose los labios.

    —Si diez es para el peor dolor que nunca haya sentido, entonces ocho. —Había una nota en su voz que me decía que aún no estaba diciendo la verdad. Maldición.

    —La verdad.

    —Diez.

    Acaricié su vientre. La admisión de Aria no me sentó bien, incluso si me recordaba a mí mismo que tenía un nivel de dolor diferente al que yo tenía. Nunca quise ser el que le causara tanto dolor.

    —La próxima vez será mejor. —Esperaba que lo fuera. No estaba seguro de cómo hacer esto más fácil para ella. Era pequeña y nerviosa, y yo era un imbécil que ardía con la necesidad de tenerla.

    Aria me dio una mirada de disculpa.

    —No creo que pueda pronto otra vez.

    —No me refería ahora. Estarás dolorida por un tiempo. —Todavía la deseaba, tal vez más que nunca. Reclamarla definitivamente no había saciado mi deseo por ella, o la necesidad de tenerla lo más cerca posible. Y eso era desconcertante
  • Brittany Funescompartió una citael año pasado
    —¿Aria? —gruñí entre mis dientes apretados cuando ella se estremeció después de otro empuje.

    —Sigue. Por favor. Quiero que te corras.

    Un maldito bastardo, eso era lo que era, pero ahora estaba más allá de detenerme. Mis bolas se apretaron, las olas de placer se irradiaron de mi polla, y me rompí, gimiendo, mis embestidas tornándose más descoordinadas a medida que disparaba mi semen en ella. Mi pene se contrajo y se contrajo como si no hubiera tenido sexo en años. Una fuerte oleada de posesividad ardió a través de mí, pero debajo había una emoción más cálida que era completamente extraña. Besé la garganta de Aria, sintiendo que su pulso se aceleraba bajo mis labios. Su aliento cálido abanicaba sobre mi piel, tan irregular como el mío. Sus palmas acariciaban mi espalda, sus dedos delicados y temblorosos. Mi esposa. La mujer que protegería a cualquier costo, incluso si eso significaba matar a mi padre.

    Cerré los ojos por un momento, disfrutando de la sensación de su cuerpo flexible debajo del mío, en su dulce aroma ahora mezclado con el mío, y una nota más oscura del sexo. Mía. Jodidamente mía.

    Salí de ella con cuidado, y me estiré en la cama, luego la atraje hacia mí, envolviendo mis brazos alrededor de ella. Lo hice sin pensar, queriéndola cerca. Sabía que ahora necesitaría mi cercanía, pero cuando acaricié su cara enrojecida, me di cuenta que no era la única razón por la que la tenía entre mis brazos. Ella quería ver lo bueno en mí cuando nadie jamás se había molestado, y no estaba del todo seguro que hubiera algo dentro de mí digno de la etiqueta “bueno”.

    Los ojos de Aria se abrieron por completo y luego se lanzaron hacia abajo. En mi estupor posterior al sexo, tardé un segundo en darme cuenta de por qué.

    Mi semen. Besando su sien, salí de la cama.

    —Te traeré una toallita.

    Me dirigí al baño y mis ojos se posaron en mi pene. Estaba cubierto de sangre. Aria había estado tan jodidamente apretada. Había sido excitante y tortuoso a la vez. Me limpié y empapé una toallita con agua tibia antes de regresar al dormitorio, encontrándola mirando las manchas de sangre en las sábanas.

    —Hay mucha más sangre que en la escena falsa que creaste durante nuestra noche de bodas —susurró.
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    —Nunca he deseado nada más en mi vida. —De nuevo la verdad. Una verdad que no debería haber expresado en voz alta porque le daba poder a Aria, porque le mostraba lo mucho que ardía por su cercanía y no solo por el sexo. Mierda, no solo por el sexo.

    —¿Podemos ir despacio? —preguntó Aria, con una pequeña sonrisa de disculpa tirando de sus labios. Como si tuviera motivos para disculparse por eso.

    —Por supuesto, principessa —dije con firmeza. Contemplé su expresión atentamente cuando comencé a moverme, asegurándome de mantener mi movimiento lo más controlado y delicado posible. Mis músculos temblaban por el esfuerzo que tomó. Era algo extraño para mí, algo que nunca antes hubiera hecho.

    Aria soltó un suspiro pequeño, sus cejas frunciéndose. Malestar, pero no tan malo como antes.

    Nunca aparté mis ojos de ella mientras me deslizaba dentro y fuera lentamente. Mi placer se enroscó más y más, haciendo que los músculos de mis piernas tiemblen. Mi cuerpo me gritaba que fuera más rápido, pero empujé mi necesidad a un lado. Otra primera vez. Aria no era la única que compartía sus primeras veces conmigo. Solo que las mías eran un poco diferentes. Reposicioné mis rodillas y cambié el ángulo. Ella se estremeció con un jadeo.

    Perdí el ritmo.

    —¿Te he hecho daño?

    Aria sacudió la cabeza levemente.

    —No, me ha gustado.

    Finalmente. Incliné mis estocadas de la misma manera, y luego besé los labios separados de Aria, probándola, necesitándola aún más cerca cuando ya estábamos más cerca de lo que nunca antes había estado con alguien. La necesidad pulsante en mis bolas, en todo mi cuerpo, se tornó en una hoguera baja de deseo. Aria se movió ligeramente debajo de mí y pude sentir que su cuerpo se ponía un poco más tenso, y definitivamente no porque fuera a correrse.

    —¿Estás bien? —pregunté.

    La vergüenza cruzó su rostro enrojecido.

    —¿Cuánto queda hasta que tú…?

    —No mucho, si voy un poco más deprisa.

    No estaba seguro si el cuerpo de Aria sería capaz de soportarlo. No es que la embestiría como un jodido animal, pero este nivel de sexo suave no iba a hacerme correrme. Aria asintió, dándome el permiso que necesitaba.

    Me levanté sobre mis codos y aceleré, empujando cada vez más profundo y más fuerte. Mis bolas pronto empezaron a apretarse, el familiar pulso del deseo volviendo. Aria se aferró a mí, su cuerpo enroscándose aún más fuerte, apretando mi polla. Mierda, esto se sentía como el paraíso.
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    —¿Por qué? Haces daño a la gente todo el tiempo. Solo porque estamos casados no tienes que fingir que te importan mis sentimientos.

    ¿Cómo podía pensar que no me importaba? Jamás había tratado a nadie como la había tratado a ella, jamás había sentido un instinto protector tan fuerte hacia otra persona.

    —¿Qué te hace pensar que tengo que fingir?

    La expresión de Aria reflejó esperanza mientras sus ojos contemplaban los míos, y la mirada en ellos apretó mi pecho. Mierda, no debería mirarme así.

    —Dime qué hacer.

    Sus dedos acariciaron mi omóplato suavemente.

    —¿Puedes abrazarme un tiempo? Pero no te muevas. —Una vez más, la aguda vergüenza se mezcló con una pizca de mendicidad, como si todavía no estuviera segura si ignoraría su petición. No iba a ser esa clase de monstruo con ella, ni hoy, ni nunca.

    —No lo haré. —Besé sus labios y luego bajé completamente. El movimiento hizo que sus paredes se aferraran fuertemente a mi pene y, por un segundo, estuve seguro que me volvería loco por la fuerza de las sensaciones.

    En cambio, me concentré en Aria y la envolví con cuidado en mis brazos, abrazándola con fuerza. La besé nuevamente, despacio, con suavidad, tan diferente a cualquier otro beso que haya tenido antes. La cercanía de Aria, la sensación de su cuerpo suavizándose bajo mi amabilidad, la tierna confianza en su expresión… inundó mi pecho con una extraña sensación de paz y calidez. Arrastré mi palma por su costado y cadera, y luego retrocedí. Cambiando de posición, puse mi mano entre nosotros para jugar con sus pechos, esperando que eso la relaje. Era tan hermosamente receptiva como de costumbre, y sentí que su cuerpo se suavizó gradualmente, acostumbrándose a la intrusión. A pesar de mi necesidad de moverme, sentir las paredes de Aria deslizándose a mi alrededor, me quedé quieto. Aria se arqueó cuando mordisqueé su pezón y se alejó de mis labios. Su respiración era irregular y sus labios estaban hinchados por nuestro beso. Era tan jodidamente sexy.

    Aria sonrió suavemente.
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    Me detuve y comencé a acariciar los senos de Aria, esperando que eso le permitiera a su cuerpo adaptarse a la penetración.

    —Eres tan hermosa —le susurré al oído, sin saber siquiera de dónde venían esas palabras. Nunca había hablado con dulzura a una mujer. En todo caso, les decía cómo quería follarlas—. Tan perfecta, principessa.

    Mis palabras finalmente hicieron que Aria se relaje y sus ojos resplandecieron con agradecimiento. No debería haber sentido eso por mí, no cuando era quien la lastimaba, quien la empujaba más allá de sus límites porque no quería esperar más para reclamarla. Sabía todo eso y aun así no me detuve, maldita sea, no podía parar. La necesidad de tener finalmente a esta mujer era demasiado fuerte, y era un bastardo.

    Metí mi polla más profundamente en ella y se tensó una vez más. Besándola, jadeé:

    —Ya casi. —Era una puta mentira. Ni siquiera estaba a mitad de camino. Moví una mano entre nosotros y froté su clítoris, con la esperanza de que se relaje con placer.

    Aria soltó un pequeño resoplido, sus labios separándose, y vacilantes chispas de placer se reflejaron en su rostro.

    Pronto Aria se ablandó a mi alrededor y dejó escapar gemidos vacilantes.

    No le advertí cuando empujé el resto del camino en ella, rompiendo la resistencia de su cuerpo con más fuerza de la que había planeado. Aria se arqueó debajo de mí, jadeando, sus ojos cerrándose bajo la fuerza del dolor. Me quedé inmóvil, abrumado por las sensaciones de su estrechez y la expresión de dolor en su rostro. Se apretó contra mí, su respiración áspera contra mi garganta, su cuerpo temblando.

    Me deslizaba para salir lentamente, pero ella se atragantó:

    —Por favor, no te muevas.

    Me quedé inmóvil ante la nota de mendicidad en la voz de mi esposa. Me levanté y alcé su cara hacia la mía. Le tomó un momento antes de encontrarse con mi mirada. Sus ojos estaban llorosos y llenos de aguda vergüenza. Tragó con fuerza.

    —¿Te duele tanto?

    —No, no mucho. —Hizo una mueca, tensándose aún más alrededor de mi polla, enviando una ráfaga de placer a través de mi cuerpo—. Está bien, Luca. Solo muévete. No voy a enojarme contigo. No tienes que contenerte por mí. Solo acaba de una vez.

    Miré a mi esposa, dándome cuenta de lo mucho que odiaba la idea de lastimarla.

    —¿Crees que quiero usarte de esa forma? Puedo ver lo jodidamente doloroso que es. He hecho muchas cosas horribles en mi vida, pero no voy a añadir eso a mi lista.
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    —Estás tan jodidamente apretada, Aria. Tus músculos están exprimiendo mis dedos ferozmente.

    Maldición, esto no debería haberme excitado tanto como lo hizo.

    Aria me miró con la cara enrojecida. Saqué mis dedos un poco muy despacio, pero ella se tensó aún más e hizo una mueca. Me deslicé de vuelta y establecí un ritmo lento y gentil follándola con mis dedos.

    —Relájate —le dije, pero no lo hizo—. Tengo que dilatarte, principessa.

    Si ya estaba tan tensa con solo dos dedos, conseguir meter mi polla en ella sería un puto desastre. Rodeé su clítoris con mi lengua ligeramente hasta que dejó escapar un suave suspiro, sus paredes aflojando su agarre alrededor de mis dedos mientras se excitaba aún más.

    Cuando se relajó, saqué mis dedos y me moví hacia arriba, cerniéndome sobre ella. Empujé sus piernas más lejos suavemente y alineé mi polla con su entrada. Mi pene se veía jodidamente enorme contra su coño rosa, y me excitó, sabiendo lo fuerte que me aferraría. Se tensó cuando mi punta rozó su abertura. Me incliné y le dejé suaves besos en la cara, esperando que eso le quitara parte de su miedo.

    —Aria —jadeé. Levantó su mirada hacia la mía, sus ojos azules se arremolinaban con ansiedad. Envolvió sus brazos alrededor de mí, sus dedos temblando contra mi espalda. Me dio una sonrisa tensa. Mierda. Quería proteger y cuidar a esta mujer.

    Aumenté la presión sobre la entrada de Aria, intentando pasar sus paredes cerradas, pero estaba muy tensa. Podría haber roto su tensión con más fuerza, pero eso era lo último que quería hacer.

    —Relájate —dije, acunando su mejilla y besando sus labios—. Ni siquiera estoy dentro todavía.

    Pasé las yemas de mis dedos por su costado antes de agarrar su muslo y separarlo más para mí, con la esperanza de que me permitiera entrar con más facilidad. Meciendo mis caderas y apretando mis dientes, me deslicé dentro de ella alrededor de unos centímetros. Ella clavó sus uñas en mi piel, su cara reflejando dolor, su cuerpo tensándose aún más con la expectativa de más dolor. El agarre de sus paredes trajo una cegadora ola de placer. Solo la mirada en su rostro dolorido me permitió mantener el control y no buscar más del placer que su estrechez podía ofrecerme. Aria gimoteó, un sonido que cortó limpiamente a través de mí. Había escuchado gritos de agonía que no me habían molestado ni un poco, pero esto…
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    —Sabes, a veces me gustaría poder odiarte, pero no puedo. Creo que te amo. Nunca pensé que pudiera.

    Mi corazón tartamudeó como nunca lo había hecho, y el calor inundó mi pecho. ¿Amor? Mierda. Aria no podía amarme. No sabía de lo que estaba hablando. Estaba drogada. Las drogas se habían metido con su cerebro.

    Después de una larga exhalación, Aria continuó, su voz cada vez más somnolienta:

    —Y a veces me pregunto cómo sería si me hicieras el amor.

    Quería reclamar a Aria, ser su dueño, follarla… ¿hacerle el amor? Nunca había hecho el amor, y no pensaba que fuera capaz de hacerlo.

    —Duerme.

    —Pero no me amas —continuó Aria, sus palabras una calumnia llena de miseria—. No quieres hacerme el amor. Quieres follar conmigo porque te pertenezco.

    Tenía razón y, sin embargo, sus palabras no sonaban ciertas. Quería más que eso. Con Aria, simplemente quería. Quería todo de ella, cada pequeña cosa, no solo su cuerpo, también sus sonrisas, su cercanía, sus jadeos asombrados y sus gemidos sin aliento. Apreté mi brazo alrededor de ella. Amor. ¿Cómo sabías si amabas a alguien?

    —A veces me gustaría que me hubieras tomado en nuestra noche de bodas, entonces por lo menos ya no desearía algo que nunca será. Me quieres follar como follaste a Grace, como un animal. Por eso es que me dijo que vas a follarme salvajemente, ¿cierto?

    Me tomó un momento procesar completamente sus palabras. ¿Grace le había dicho a Aria que la follaría salvajemente?

    —¿Cuándo te dijo eso? ¿Aria, cuándo? —Agarré el brazo de Aria—. ¿Cuándo? —gruñí, pero se había dormido.
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