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Rae Carson

La fuerza de existir

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    La brutalidad del liberalismo sólo se mantiene debido a la aprobación de los que lo padecen
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    Henri Lefebvre y su La vida cotidiana en el mundo moderno, releer el Tratado del saber vivir para uso de las jóvenes generaciones de Raoul Vaneigem, retomar Vigilar y castigar de Foucault y Mil mesetas de Deleuze y Guattari o bien Imperio de Michael Hardt y Toni Negri.
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    Michel Foucault: el poder está en todas partes. Por lo tanto, en los intervalos, en los intersticios de lo real. Aquí, allá, en otra parte, en las pequeñas superficies, en las zonas estrechas
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    Cuando la literatura dé vida al equivalente de un Casanova mujer, de un Don Juan hembra, y aquel nombre propio se vuelva un sustantivo positivo para el individuo calificado, entonces podremos hablar de una igualdad real. Pero el trayecto les parece muy largo a las que, para lograrlo, deben emanciparse de la tiranía de la naturaleza que convierte en destino su determinismo biológico. Para ser mujer, la naturaleza y la madre deben ceder el lugar al artificio, quintaesencia de la civilización. Perspectiva excitante, exaltadora y jubilosa...
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    Freud, no obstante, ya nos previno: se haga lo que se haga, la educación es siempre fallida.
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    ¿Por qué tener hijos? ¿En nombre de qué? ¿Para hacer qué? ¿Qué derecho tenemos de traer de la nada a un ser al que sólo le proponemos, in fine, una breve estancia en la tierra antes de retornar a la nada de donde proviene? En gran parte, engendrar corresponde a un acto natural, a una lógica de la especie a la que obedecemos ciegamente, cuando semejante operación, pesada desde el punto de vista metafísico y real, debería responder a una elección razonable, racional e informada.
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    ne el mérito de darle a la sociedad –o sea, a la especie– vía libre para la realización de sus proyectos: al tolerar la sexualidad sólo en el marco familiar, monógamo, y consagrado por el matrimonio cristiano, Pablo y otros teóricos cristianos de estos temas –los Padres de la Iglesia– le permiten un (pequeño) margen de acción a la pareja, y, sobre todo, le preparan el camino a la reproducción de la especie, por lo tanto a la continuidad de la comunidad humana controlada por los actores de la ideología del ideal ascético.

    Con el tiempo, la llama de la pasión original se consume y luego desaparece. El aburrimiento, la repetición, la sujeción del deseo (libertario y nómada, por esencia) en la forma limitada de un placer repetitivo y sedentario extingue la libido. En la familia en la que la mayor parte del tiempo está puesta al servicio de los niños y del marido, la mujer muere cuando triunfan la madre y la esposa, que gastan y consumen casi toda su energía.
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    En la lógica del animal reconstituido, la pareja fusional representa la culminación de la erótica judeocristiana. La incapacidad metafísica de la mayoría de los mamíferos de instinto gregario, de jauría o de manada, encuentra allí su resolución, su antídoto. Cuando el bovarismo habla de amor, de alma gemela, de príncipe o princesa, la razón ve un contrato social o un seguro de vida existencial. Entre dos, el dolor de ser en el mundo parece menor. Otra vez la ilusión...

    El discurso amoroso enmascara la verdad de la especie: la novela y la propaganda mediática –la publicidad y el cine, la televisión y la prensa llamada femenina– giran alrededor del flechazo, la pasión, el formidable poder del sentimiento, del amor con mayúsculas, ahí donde la razón desengaña de forma brutal al hablar de feromonas, ley de la especie, destino ciego de la naturaleza que apunta a la homeostasis del redil de los mamíferos con neocórtex.
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    El deseo como falta y el placer como satisfacción de esa falta se encuentran en el origen del malestar y la miseria sexual.

    En efecto, esa ficción peligrosa conduce a buscar lo inexistente, y por lo tanto a encontrar la frustración. La búsqueda del Príncipe Azul –o la de su fórmula femeninaproduce decepciones: lo real nunca soporta las comparaciones con el ideal. La voluntad de completud genera el dolor de la incompletitud, salvo que se pongan en marcha los mecanismos de defensa, como la negación, que impiden la manifestación de lo evidente en la conciencia. La decepción termina siempre por salir a luz cuando comparamos lo real con lo imaginario que transmite la moral dominante, con la ayuda de la ideología, la política y la religión, que actúan conjuntamente para reproducir y conservar la mitología primitiva.
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    Epicuro expone la siguiente regla matemática: no acceder a un placer aquí y ahora si más tarde nos va a costar el displacer. Renunciar a él. Es mejor elegir un displacer inmediato si ha de conducir más adelante al surgimiento de un placer. Hay que evitar, pues, el regocijo instantáneo, dado que el goce sin conciencia es la ruina del alma..
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