Si todas mis sospechas son infundadas, desengáñeme sin clemencia, y no lo volveré a importunar. Pero si he penetrado el sentido oculto de su regalo, confiéseme por escrito lo que no ha osado decirme de viva voz. Como en la santa misa, imploro de rodillas: «Señor, yo no soy digna de que vengas a mí, pero una palabra tuya bastará para sanar mi alma».